domingo, 22 de diciembre de 2013

Managua 1972 y su lágrima eterna de acero



Pareciera que Mangua tenía una lengua de metal para llorar y lamentarse cuando su alma estaba abatida por la desgracia.
Gratus Halftermeyer
En un instante desapareció todo, o casi todo, ya en la ciudad no existían más que la noche y los gritos ahogados de miles de Managuas aplastados por sus propias casas. Ahora solo nos queda el recuerdo de haber vivido en aquella ciudad, ahora nos queda la nostalgia de poder caminar por las calles de la Managua de antes de 1972.


Ya no queda mucho porque todo se ha ido cayendo, borrando, cerrando, perdiendo… ya no existe el Cine Salazar porque lo poco que quedó de él lo derribaron en los 90, ni el barrio de pescadores desaparecido esa noche, al barrio Santo Domingo casi que solo le quedo la iglesia en pie, al Banco Central le derribaron más de 10 pisos para poder dejarlo en pie, ahora solo tiene cuatro. Ya no existe la Casa Presidencial de la Loma de Tiscapa porque se la tragó la laguna, en un afán de borrar todo el dolor de la nación. Tampoco existe la casa de La Curva, ni el Night Club Plaza, ni la Escuela de Bellas Artes del maestro Peñalba, ni existe el Lido Palace, ni la casa Mántica, ni la cárcel El Hormiguero, ni la casa Lilliam, ni los almacenes Tina Lugo, ni la iglesia de San Antonio de la que sólo quedó el altar…


Donde estaba el Hospital General El Retiro se ha construido un centro comercial: Price Smart. Hospital que aplastó a todos sus pacientes aquella noche, el cine González ahora es una iglesia evangélica, al igual que los pocos cines que sobrevivieron a la catástrofe, a excepción del Margot que es una chatarrera. Y la sala de convenciones de la normal de maestros es ahora el Olof Palme, y el antiguo Banco de Nicaragua es ahora la Asamblea Nacional y la antigua asamblea, Palacio Nacional, es ahora un museo y la biblioteca nacional, y el Gran Hotel es ahora el Instituto Nicaragüense de Cultura, lugar que albergó por muchos años muertos en los ascensores y que aún hospeda algún grito extraño en las noches más oscuras. Y donde estaba el Palacio del Ayuntamiento ahora alquilan motitos para que los niños jueguen, y el mercado oriental creció sin control y se tragó a los barrios de su alrededor.


Y después de aquella noche del 23 de diciembre de 1972, Somoza mandó a cercar el corazón de la ciudad, y su sangre quedó oprimida con diez mil muertos dentro. Después de aquella noche vinieron los camiones a demolerlo todo, a romperlo todo, a saquearlo todo, a llevarse lo poco que nos quedaba. Después quemamos nuestros recuerdos con kerosene porque tal vez solo el fuego podía quemarnos tanto dolor.


Pero nuestra ciudad sigue viendo hacia el lago, llorando desconsolada a sus muertos. Nuestra ciudad llora frente al lago con su lágrima eterna de acero.





lunes, 25 de noviembre de 2013

Mañana diré que todo está muy bien...



Y mañana diré como Vallejo: todo está bien, todo está muy bien. Y le daré un beso a la vida, un beso compartido con el sueño de enfundar en mi mano un muñeco y arrancarle una sonrisa a las miradas más tiernas del mundo. Y le diré a la Zoa que el caos y que el mundo y que la vida no es tan triste y que hay nubes y atardeceres y nos contaremos un cuento alegre, un cuento triste, y bailaremos juntos la cueca del adiós, la cueca en llanto de nuestros ojos, la cueca de pañuelitos blancos.


Y mañana pensaré en los cigarros de Rafa, en la maldita circunstancia de la isla  por todas partes, y me pensaré también un domingo, subiendo cuatro pisos y entrando al cuarto, subiendo para cocinar las alegrías semanales, para cocinar los sueños y las cenizas esparcidas por todo el cuarto, para cocinar también, por qué no, las tristes miradas de la madre y del abuelo que ya no están.


Y mañana diré que todo está bien, que todo está muy bien porque llevaremos en el cuello la isla colgada, llevaremos los ladrillos rojos de barro metidos en las costillas y pensaremos en el amor y en los recuerdos, en las botellas de ron y la espuma del mar mojando nuestros zapatos. Y mañana diré que Claudia y yo tomamos leche con galletas en el desayuno, y mañana diré que nos une el mar y el azul y el cielo y la ciudad de las calles barrocas y que nos unen la vida y los abrazos y las ansias y las huellas…


Y mañana diré que estoy bien, que todo está bien a pesar que no tengo los besos escondidos de la ciudad, a pesar que ya no tenga los pasos perdidos de la ciudad, a pesar que ya no tenga al hombre que fue mío en la ciudad y que quiera su abrazo y su muerte lenta en mis labios, aunque quiera detener un taxi y bajarme en la siguiente esquina después del semáforo.


Y mañana diré que todo está bien y que me siento bien aunque me sobren las lágrimas y me falten los brazos, aunque me sobre isla en el pecho.

viernes, 8 de noviembre de 2013

He arreglado mis libros




He arreglado mis libros y los he puesto uno al lado del otro, he visto pasar mi vida resumida en las vastas páginas enfiladas en el librero. He visto mi vida y tus besos.

Esta noche recuerdo tu respiración a mi lado, recuerdo mi brazo cuidando tu cuello, besando tu cuello, murmurándole algo a tu cuello, vos durmiéndote en mí, dormido debajo de los caballos azules y amarillos, dormido sólo para mí en nuestra playa sin mar. Yo acariciando tus cejas, respirándote, viendo tu perfil de hombre dormido, teniéndote tan para mí.

He arreglado mis libros y escribí en alguno la idea vaga de nuestro amor de antaño: Te besaré frente al Teatro Variedades, te besaré en 1931 antes que el terremoto del martes santos destruya el eco de Raquel Meller cantando La Violetera, te besaré en las lágrimas de Managua... y entonces sabrás cuanto te amo.

Y los libros se quedan ahí, inmóviles, impávidos y me acompañan esta noche mis recuerdos, los abrazos que no te dije, las palabras que no te di, me acompañan mis zapatos mojados con el agua de esta ciudad que ya no reconozco mía, mojados del deseo de tenerte … aquí.