lunes, 25 de agosto de 2014

Carta breve para hablar de una novela

(Sobre la novela Debajo de la cama de Carlos Luna Garay)



“Debajo de la cama” se postula entonces  (hasta que alguien pruebe lo contrario) como novela pionera eminentemente gay en nuestra historia novelística de 130 y tantos años, pero no definitivamente como la primera obra.
Ulises Juárez Polanco

Estimado Carlos:

Recuerdo mi primer concepto de distancia al remontarme a las clases de física en las que decían que la distancia es el espacio que hay entre un punto y otro, es el trayecto que existe entre un punto y otro. Algunos años después reelabore aquel concepto tan cerrado y frío y pienso en la distancia como el espacio vacío entre un cuerpo y otro, como el espacio que queda después de un abrazo infinito, como el espacio breve de la respiración al momento de besar los labios deseados. Y hay algo que une mi primer concepto y el que yo mismo reelaboré: el frío.

He recibido con enorme alegría la publicación de tu novela Debajo de la cama y después de algunas peripecias, que no vale la pena enumerar, la leí con enormes ansias llevándome muchas sorpresas, pues encontré en tu narración muchas identificaciones con mi vida, identificaciones que sinceramente no esperaba encontrar.

No soy un crítico literario pero de alguna u otra manera trataré de darte mis impresiones sobre tu primer gran libro. Y ya sabes que mis palabras siempre serán desde la admiración y el afecto frágil como vuelo sutil de mariposa. También recurro con gusto a esta breve carta para expresarte mis apuntes, pues conoces mi pasión por las epístolas y al menos de esta manera puedo acortar la fría distancia.

Las reseñas que he podido leer sobre tu novela señalan como una novedad el tema principal, por decirlo de alguna manera, que atraviesa dicho escrito: la homosexualidad. En este sentido siento, quizás, una breve tristeza pues hemos entrado de lleno un poco tarde a esta corriente literaria, que muchos definen como "homoliteralidad", pues en América Latina desde finales del siglo XIX hay luces diminutas que se encienden, luces que se convierten en antorchas breves durante la primera mitad del siglo XX para terminar en luces literarias destellantes en el segunda mitad.

No obstante debo decirte que me llena de esperanzas el hecho de haber llegado, de que al fin dejamos a un lado los moralismos ortodoxos y los tapujos moralizantes en la literatura. Y vos lograste vencer esto, detrás de vos todos nosotros.

Sin embargo, particularmente, no encuentro la novedad en el “tema” pues lo que creo novedoso es la representación que construís, representación de un sector de nuestro “mundo gay”, del “ambiente gay” provinciano que aún mantenemos en nuestra sociedad aunque muchos lo crean cosmopolita, casi cercano al primer mundo. Creo que en esta representación descarnada y sin tapujos reside uno de los grandes valores que tienen las 144 páginas de tu novela, valor que hace eco de nuestras voces.

Particularmente no creo en la teoría Queer, menos en su aplicación latinoamericana, pues nosotros pertenecemos a una construcción tan amplia y diversa que se enmarca en los márgenes de nuestra identidad híbrida. Identidad en constante proceso dialéctico. Por eso tampoco creo en la “homoliteralidad” pues este concepto deviene de la teoría antes mencionada, prefiero entender la valía de las cosas por sus contenidos y esencias, no por las etiquetas y las formas falsas o impuestas. ¿Acaso la “literatura gay” es menos o más polémica que la “heterosexual”?, ¿es más o menos rara?, ¿es más o menos erótica?, ¿más o menos diferente?. Estas preguntas y mi nadar “contracorriente” ameritarían otra carta.

Un resultado de esa representación sin tapujos de nuestra realidad es la crítica a las estructuras sociales en nuestro contexto, vista desde dos perspectivas: las estructuras de la heterosexualidad y las de la homosexualidad. Esto me lleva a pensar en que determinados autores pueden configurar su importancia a partir de los límites que rompen, según la medida de sus atrevimientos.[1] Alec Tiffer, protagonista de tu novela, se enfrenta contra una estructura matriarcal, esto me llamo profundamente la atención pues no se enfrenta directamente con el típico padre machista y cliché. La madre es verdaderamente el muro opositor al hijo y detrás de ella se esconde la fuerza inquebrantable de la doble moral religiosa que tanto daño nos ha causado, aunque al final a regañadientes la madre termina por entender.

Pero la segunda crítica, la que se dirige hacia la misma homosexualidad es la que realmente cobra mayor importancia para mí. Sin embargo esta crítica se hace, quizás, tan codificada desde "nuestro mundo" que es solo perceptible por quienes han atravesado este camino. Apuntas directamente a la construcción del "cochón", término que no me gusta utilizar, dejando esta imagen minimizada pues revelas la condición humana del homosexual con sus miedos y alcances. No dibujas a un hombre feminizado, pues de ese modo se ha visto al homosexual en nuestro país, y demostras también que en nuestro "mundillo" existe el peso de la discriminación que parte de nosotros mismos y se dirige hacia nosotros. Quizás la discriminación más fétida y podrida, la que más hace daño.

Por eso, vuelvo y repito, uno de los grandes valores de tu novela es guiarnos por nuestro mundo gay a través de Alec Tiffer, construirnos este mundo a través de él. Es Alec una construcción doblemente concreta, digo doblemente pues el personaje principal de tu novela se mueve en dos planos de ficción: por un lado nos encontramos con el Alec personaje literario y por el otro con el Alec escritor. Y aquí se construye lo que llamaríamos en teatro la metateatralidad, es decir la construcción de una ficción dentro de otra. ¿Acaso vos que has sido un lector apasionado de Shakespeare no hayas reproducido intuitivamente la gran tragedia que representan los comediantes ante el tío y la madre de Hamlet?, creo que vos has comprendido este recurso y dejándote guiar por la mano de Shakespeare has construido estos dos planos de ficción.

Además este Alec tiene características prototípicas de un personaje universal: un artista joven, empecinado en fumar y fumar, que se deja guiar un tanto por la droga y el amor, por el sexo, por el desorden que todos miran en el artista y por otro lado se deja guiar por el amor, por no ser diferente a los demás, por intentar llevar una vida normal, en la medida de lo posible, está construido por los contrastes y marcado por los dos planos de ficción. Es aquí donde pienso en Dulce María Loynaz que alguna vez escribiera: El hombre no es el ente sensual que quiere mostrarnos la filosofía materialista; por el contrario, aun cuando pone por delante sus sentidos, paréceme- a mí al menos- que lo hace para defender instintivamente el ánima de muchos embates y hasta para engañarla en otras muchas añoranzas que él mismo no sabría satisfacer, ni aún expresar.[2]

Pienso en Tiffer y pienso en la Morfología del Cuento Maravilloso y Vladimir Propp, lo digo simplemente por el viaje del héroe. Así veo a Alec, como un protagonista en cambio, en transición, que va acumulando peripecias hasta que logra llegar renovado a la laguna donde alguna vez fuera tan feliz. Me recuerda un tanto al maravilloso Patito Feo de Andersen, pero al patito feo poético, el de verdad, no el que venden en ediciones baratas en cualquier librería. Pienso en ese cisne, animal sexual y asexuado que contiene la simbología del falo y la flor de loto, pienso en esa laguna donde se ve reflejada su imagen y se da cuenta que después de haber sobrevivido a los patos salvajes (iguales a los brazos de Demian), al frío del invierno (igual a las constantes inhalaciones de coca y las soledades vividas por Alec), que ha sobrevivido a la mirada acuciosa de la vaca (igual a la mirada de la madre o de la tía), el patito se da cuenta que es un hermoso cisne capaz de emprender el vuelo.
Y aquí entre nos debo decirte que son tangibles las luces y las sombras de Tiffer, pues realmente no es un simple personaje que sufre, también tiene malicia. Una malicia premeditada que lo lleva a empujar a su más grande amor a salir del closet de una sola patada y desata la mano infernal de las Furias. Además Alec tiene una premisa fundamental, una tesis que defendes en toda la novela: para escribir hay que vivir.  Esto queda evidenciado al final de las 144 páginas cuando se nos revela que todo lo escrito ha sido invención del propio Tiffer.  Hay malicia en la vida del hombre, una malicia para poder sobrevivir en medio de los avatares cotidianos.  Malicia y amor como paradoja de luz y sombra que nos lleva a construir una coraza de ficciones para enfrentar el día a día.

He tomado la novela como un hijo primogénito, el hijo mayor, que representa para los padres el momento de la iniciación. El hijo primogénito que no debe temer al frío ni a la distancia, pues sabe que tendrá un padre o mejor dos, que lo cargarán en brazos, lo llenarán de puntos y comas para que se haga un párrafo fuerte, decidido, con luz propia, un hijo que no debe temer a los espacios vacíos
Sabés que me gusta la relación que hay entre el título y el contenido, pues como te dije en otro momento, lográs conexiones sutiles que son casi imperceptibles y a la vez poéticas. Lo que hay debajo de la cama se me traduce como aquello que sabemos que somos pero que en realidad no sale a la luz, se me traduce como un acertijo breve y filosófico que me recuerda nuevamente a la Loynaz que decía: (…) seguimos siendo lo que no hemos visto ni pudiéramos ver nunca, pero sigue siendo presente aunque no se perciba con los ojos, como un polvo de luz en el aire…[3]
Esta carta ya se me hace extensa y sabes que la epístola tiene su esencia en la brevedad. Para terminar podría acotar que en cierta medida me molestan los párrafos grandes, pero quizás sea por falta de costumbre. Nos hemos acostumbrado a la brevedad de párrafos, pero en vos esa extensión funciona pues la construcción sintáctica de tus oraciones es sencilla y esa longitud del párrafo no se convierte en longitud ininteligible. También señalaría los guiños de prosa poética que tenes al describir la procesión con sombrillas de colores y encima la visión de una imagen católica serenamente movida, también al final de tu escrito vuelve la poesía, por ahora son los que recuerdo o quizás los que más me han impactado. También debo decir que el final se me queda demasiado apresurado, ágil, volátil, me deja un pequeño sin sabor, pero esto es una opinión muy personal.
Por último señalaré la utilización del distanciamiento en la construcción de los nombres de los personajes, pues construís una realidad cercana de la que logramos tomar cierta distancia a través de nombres, incluso apellidos,  ajenos a nuestra realidad, al menos a la inmediata. Este tomar distancia hace que podamos ver con ojos críticos nuestro entorno.
Carlos debo terminar esta carta breve y decirte que extiendo mi abrazo fraterno desde una Managua caliente, que parece evaporarse en medio de un cielo gris que promete agua y que no cumple, una Managua con aires cosmopolita añejados. Recordá que aún me debes tu firma en mi libro, pues así definitivamente ya no habría más distancias entre esto que hoy te escribo y lo que vos escribiste para nosotros.
Un beso


[1] Espinosa Mendoza, Norge: Cuerpos de un deseo diferente. Ed. Matanzas, Matanzas, Cuba, 2012. P.78
[2] Loynaz, Dulce María: Del Día de las Artes y de las Letras, Ed. Letras cubanas, La Habana, Cuba, 2007. P.27
[3] Loynaz, Dulce María: Ibidem. p.31