miércoles, 16 de diciembre de 2015

Citylights



Bárbara pegó su cara pálida a los barrotes de hierro y miró a través de ellos. Automóviles pintados de verde y de amarillo, hombres afeitados  y mujeres sonrientes, pasaban muy cerca, en un claro desfile cortado a iguales tramos por el entrecruzamiento de lanzas de la reja. Al fondo estaba el mar.
Dulce María Loynaz

Nace la noche y los pájaros se acomodan en los alambres eléctricos de la ciudad. Sobre el asfalto ruedan los carros blancos, grises, rojos y azules como en una novela Loynaziana. Yo, igual que Bárbara, asomo mi cara entre los barrotes urbanos de Managua. Al fondo la cordillera de Chiltepe es iluminada por la sombra azul, morada y naranja del cielo. Está naciendo la noche y la cordillera aguarda en silencio, expectante, espera que se enciendan las luces de la ciudad. Mis ojos van rebotando sobre los letreros que anuncian el Black Friday, la nueva velocidad del internet móvil, los recetarios con más de 60 platos navideños. Me siento en una novela lírica.

De pronto, en un suspiro, se encienden las Citylights. Sobre la calle se despliegan amarillas, rojas, azules, rosadas, verdes las luces de los árboles de la vida que nos recuerdan la proyección neorevolucionaria sobre la ciudad. Está naciendo la noche y me doy cuenta que estoy en el segundo piso de Plaza Inter. Ahí con la cara pálida de loca tercermundista veo encenderse la ciudad.

Me deslizo hasta la luz del baño de HOMBRES. El letrero rojo me lleva a entrar por la puerta: a la derecha los lavamanos con espejos, a la izquierda los urinarios, frente a estos los inodoros con puertas. Y en el ambiente se dibuja el olor a desinfectante barato, orines, perfume y mierda. Estoy en una novela lírica.

Desde el espejo sucio del lavamanos se pueden ver los urinarios y los hombres de pie. Agitan sus penes discretamente, se ponen duros, erectos, infernalmente llenos de sangre. Los glandes de cualquier desconocido pueden percibirse por la mirada discreta de la loca que con su cara pálida observa la ciudad. Veo otro hombre enrollando y desenrollando el papel higiénico, como en una danza eterna que mata el tiempo y contabiliza el desfile de hombres que entran y salen del baño. Me lavo las manos lentamente mientras los hombres, de pie en el urinario, tocan sus penes infernalmente duros. 

Afuera las citylights huelen a navidad, a ofertas, a descuentos, huelen a niños en el centro comercial, a mujeres que compran en el centro comercial, a hombres que caminan en el centro comercial. Nadie supone que los tipos en el urinario han desabrochado sus pantalones y sus vellos negros, de macho, son iluminados por las luces que se reflejan en la saliva. Afuera las citylights iluminan el uniforme del cpf, de la muchacha de Claro, iluminan la barba de Santo Clos y el trineo con renos de poroplast.

Los hombres del urinario han entrado a los baños, uno al lado del otro. Ahora solo son perceptibles sus zapatos negros. Yo me voy al último urinario desde ahí todo es visible. Se sientan en el inodoro y uno coloca la mochila en el espacio vacío que deja ver sus zapatos negros. Entra al baño de HOMBRES un muchacho con uniforme de Calzados Luzma, se cepilla los dientes en el lavamanos desde donde, también, todo es perceptible. 

Disimulo mi presencia mientras estoy de pie. El muchacho Luzma se da cuenta que uno de los hombres que está dentro del baño, se agachó con el pene erecto y lo ha deslizado por la pared que lo separa de su amante desconocido. En ese momento deja de cepillar sus dientes, se mueve hasta el baño y la punta negra de su zapato rebota en la pared mientras dice: salí de ahí hijueputa cochón!. Ahora las luces se vuelven duras, la blancura de la iluminación barata parece una descarga de plomo, estoy de pie en el urinario y ya no me sale más orine. 

Las cytilights iluminan el uniforme del cpf que camina, haciendo sombras, hasta el baño de HOMBRES. Entra y mira al muchacho Luzma, este sigue con su zapato negro empujando la puerta, sigue la insistencia: salí hijueputa cochón!. El tipo de al lado sale, nervioso, pálido, como si él también hubiera pegado su cara en los barrotes urbanos de la ciudad. El cpf le estrella el puño en la cara y cae al suelo como en esas películas modernas donde los edificios colapsan. El muchacho Luzma estrella la punta negra de su zapato sobre el edificio desplomado, ahora viene la sangre que se desliza hasta los temblorosos zapatos del otro tipo que se quedó encerrado en el baño. Yo me quedo invisible, de pie, mirando. No cabe duda, estoy en una novela lírica.
El muchacho Luzma y el cpf salen del baño, el que está encerrado espera unos segundos, la sangre llega hasta sus zapatos. Abre la puerta, mira al suelo y huye. Después de él sigo yo. Las citylights iluminan mi rostro y me siento culpable, sobre mí pesan los miles que kilowatts esparcidos en el piso, sobre mí pesan las gotas de sangre del cuerpo tirado en el suelo. A mi lado pasa el tipo que limpia pisos, lleva su carrito en dirección al baño de HOMBRES.

Afuera la city moderna ilumina las huellas que voy dejando en el trayecto, mis zapatos embarrados de sangre se dirigen a la parada de buses. Tiempo después aparece el hombre del baño, su cara hinchada con rastros de sangre me hace reconocerlo. Las citylights ensombrecen su rostro. Yo tomo mi bus, él toma su bus…