viernes, 25 de marzo de 2016

Imágenes múltiples de La Sangre de Cristo



El creyente, en el ardor de su fe y de su amor, se regocija acaso de descubrirle al ídolo el relleno de barro… Es la materialización salvadora, y él sabe que por ahí es por donde está verdaderamente unido a su ídolo… Es lo único que puede haber de común entre él y su dios, y por el barro lo alcanza más que por el amor y por la fe.
Dulce María Loynaz

Recuerdo perfectamente que cuando era niño mi madre y mi abuela se alistaban desde temprano para irnos juntos a la procesión del viernes santo, la procesión de La Sangre de Cristo. Salíamos de la casa de Ciudad Jardín, tomábamos un bus que nos dejaba lo más cerca posible de la catedral y de ahí caminábamos hasta el colegio Teresiano para encontrar a la imagen. Yo no entendía muy bien de qué se trataba todo aquello, me confundía la gente disfrazada, los niños bajo el sol, la imagen del Cristo crucificado me parecía gigantesca, mi abuela con su brisera, mi madre con sus tenis y su pantalón ajustado (coqueta y vanidosa como siempre) y yo con mi sombrilla de gorrito (sombrilla que me encantaba lucir).

Recuerdo a la gente repartiendo cosas, a las señoras mayores, ancianas quizás, con sus mantones en la cabeza, el color morado predominando en toda la calle, las sombrillas de la gente alzadas al cielo. Recuerdo las crispetas que con tanta emoción pedía me compraran, las kola shaler de los carretones, los raspados a la antigua, los vigorones, las estampillas, los rosarios, en fin aquello era para mí una fiesta.

Mi abuela se recuerda yendo de niña por toda la calle 15 de septiembre, la calle más larga de la ciudad pre terremoto de 1972, se recuerda con su hermana Esperanza, su prima Ligia y su abuela Antonia (la Toñita como todos la conocían) caminaban bajo el sol hasta llegar a la iglesia San Antonio, ahí esperaban a que empezara la Vía Sacra (así mi abuela prefiere llamar al Vía Crucis). Recuerda aquello como una cosa linda: la gente repartiendo comida, repartían chicha, cacao, cebada. Mi abuela se recuerda comiendo, sentada en un rinconcito y su abuela diciéndoles que no se movieran que ahí se quedaran quietecitas porque los hombres tenían entre las piernas un puñal que se lo enterraban a las niñas. Después recuerda el camino de regreso, la misma calle 15 de septiembre para regresar hasta su cuartería cercana a la Jabonería América. El sol de la tarde y el paso lento de la Toñita deteniéndose a conversar con cuanta viejita se le atravesaba en el camino.
 
La verdad es que esta tradición de la Sangre de Cristo es la única expresión cultural colonial que sobrevive en Managua. La imagen fue traída el cuatro de julio de 1638, desde Guatemala vino el Cristo crucificado que nos recuerda a las figuras barrocas traídas en barcos españoles. De piel morena para hacerlo similar a nuestros indios, con ojos grandes y pestañas encrespadas, de pelo rizado con caída de bucles hasta los hombres, pegado (crucificado) a una cruz verde con el INRI bien claro.

El primer sitio donde estuvo la imagen fue en la Parroquia, conocida también como la iglesia de Veracruz, situada en donde es actualmente la antigua catedral de Managua frente a la Plaza de la Revolución. A mediados de 1800, cuando ya Managua había sido elevada a ciudad y luego a capital, creció el fervor por la imagen. Una epidemia de cólera apareció de pronto y la gente moría por montones, rápidamente empezó a correr el rumor que había un hombre igualito a la imagen de la Parroquia que curaba aquella maligna y mortal enfermedad. A ciencia cierta nadie sabe de dónde vino el hombre, tampoco saben cuándo desapareció, lo cierto es que a raíz de aquel suceso la gente de Managua comenzó a llamar a la imagen La Sangre de Cristo.

Otra historia que envuelve a este Cristo crucificado es la de la Banda de los Supremos Poderes. En 1863 los músicos atravesaban el lago de Managua después de un concierto en la parte norte de la ciudad. Estaban en medio de la nada cuando de pronto vino un ventarrón que casi vuelca la embarcación, los vientos azotaban el barco de los músicos y estos comenzaron a pedirle a la Sangre de Cristo, después de un rato las aguas y el viento volvieron a la normalidad. Desde entonces una orquesta filarmónica acompaña las procesiones más importantes de la imagen.

En 1906 la Sangre de Cristo fue trasladada al Templo de San Miguel y en 1913 a la Iglesia de San Antonio. Dichas iglesias quedaban en los barrios más importantes de la antigua ciudad, barrios que en otros tiempos fueron asentamientos indígenas significativos. Ahí radica la ubicación estratégica de la imagen y su cercanía al centro y al borde del lago. Lo que hoy conocemos como el Vía Crucis no es más que un tipo de teatro llamado Auto Sacramental que los colonos europeos utilizaban en nuestras tierras para catequizar a los indios. Las múltiples imágenes de Cristo, María y un sinnúmero de Santos eran movidas y animadas por las calles y plazas más importantes para llevar el mensaje del Dios cristiano a nuestras gentes. Así se le infundía un soplo de vida a la imagen de madera o barro para acercarla al humano.

La iglesia de San Antonio fue destruida por el terremoto de 1972 y la imagen traslada a Monte Tabor. Ahí estuvo por 13 largos años hasta que fue trasladada a la Iglesia San Pio X en Bello Horizonte, luego en 1993 fue llevada a su ubicación actual: la nueva catedral Metropolitana Inmaculada Concepción de María.

Hoy, viernes santo, mi abuela y yo hemos tomado un taxi. Mi madre no nos acompaña pues hace seis años emigró a Costa Rica para trabajar de doméstica en cualquier casa tica. Extraño sus tenis y su pantalón apretado, su vanidad procesional y su mano apretando la mía. Ahora soy yo quien toma la mano de mi abuela. Esta semana estuvo enferma y tenía miedo de llevarla, sin embargo pensé en la procesión como un acto social y un momento de fe.

Llegamos a Plaza el Sol, lo más cercano a Metrocentro que el taxista nos pudo dejar. Caminamos un par de cuadras y mi abuela se veía animada, pasamos comprando un helado, atravesamos el centro comercial y llegamos a la parada de un costado. Mi abuela ya no puede caminar tanto y este año no se arriesgó a caminar más. Han pasado muchos años de sus caminatas por la calle 15 de septiembre, han pasado muchos años desde nuestras caminatas desde el Teresiano.

La gente pasa e instala sus negocios. Las vende carne en las estufas ambulantes, las que venden crispetas, alfiñiques, los gorros y las briseras, los rosarios, los calendarios, la gaseosas, las aguas heladas y también pasa la gente que reparte a discreción como pago de promesas.

Este año me ha parecido impresionante la fe de la gente, mucho más que cuando era niño. Los promesantes descalzos, los que caminan de espaldas, los vestidos como Jesús cargando la cruz, los soldados romanos, las viejitas con su chalinas que me recuerdan otras épocas que no viví, todo como en un aguafuerte de colores y texturas que van dando cuenta de la identidad de este pueblo, de la identidad de las gentes de esta ciudad.

Allá viene!- le digo a mi abuela que se tapa del sol bajo la parada. La imagen aparece de lejos en el semáforo del hotel Intercontinental, ya no me parece tan grande como antes, se mueve despacio mientras los altavoces de los camioncitos de la radio anuncian la octava estación del Vía Crucis penitencial. Despacio se va moviendo la imagen y llega frente a mí, la Sangre de Cristo frente a mis ojos de negro, de indio, de cochón, la Sangre de Cristo con sus cejas falsas, su color ennegrecido, sus bucles y su corona de plata y espinas, la veo como una Drag Queen en medio del solaso del medio día de Managua.

Mi abuela sube su toallita amarilla y todo el mundo aplaude a la imagen, es el momento del éxtasis, de la catarsis colectiva. Mis ojos de negro, indio y cochón observan la imagen y se dan cuenta del poder de la fe, del instante en el que uno sabe que esa imagen de madera es tan cercana y tan distante. También es el momento donde todas imágenes urbanas se mezclan: el hotel Hilton, el letrero de ron Flor de Caña, el árbol de la vida, la gasolinera UNO, el Mc Donalds y la imagen despacio, latente, suave, pausada. Ahí en medio de todos los símbolos nacionales la Sangre de Cristo me recuerda la fuerza de la colonialidad que pesa sobre nosotros, me recuerda sus más de 400 años, su itinerancia y lo más duro: su vigencia.

La vemos alejarse, con ella se aleja la gente, ha desaparecido por la rotonda de Metrocentro hasta perderse. Tomo el brazo de mi abuela y volvemos a la casa, me da gusto saberla ahí a mi lado y me da tristeza el gran vacío que deja mi madre. La Sangre de Cristo es la procesión más antigua que existe en Managua, es la procesión que siempre unirá mi mano, la de mi abuela y la de mi madre.