Y mañana diré como Vallejo: todo
está bien, todo está muy bien. Y le daré un beso a la vida, un beso compartido
con el sueño de enfundar en mi mano un muñeco y arrancarle una sonrisa a las
miradas más tiernas del mundo. Y le diré a la Zoa que el caos y que el mundo y
que la vida no es tan triste y que hay nubes y atardeceres y nos contaremos un
cuento alegre, un cuento triste, y bailaremos juntos la cueca del adiós, la
cueca en llanto de nuestros ojos, la cueca de pañuelitos blancos.
Y mañana pensaré en los cigarros
de Rafa, en la maldita circunstancia de la isla
por todas partes, y me pensaré también un domingo, subiendo cuatro pisos
y entrando al cuarto, subiendo para cocinar las alegrías semanales, para
cocinar los sueños y las cenizas esparcidas por todo el cuarto, para cocinar
también, por qué no, las tristes miradas de la madre y del abuelo que ya no
están.
Y mañana diré que todo está bien,
que todo está muy bien porque llevaremos en el cuello la isla colgada,
llevaremos los ladrillos rojos de barro metidos en las costillas y pensaremos
en el amor y en los recuerdos, en las botellas de ron y la espuma del mar
mojando nuestros zapatos. Y mañana diré que Claudia y yo tomamos leche con
galletas en el desayuno, y mañana diré que nos une el mar y el azul y el cielo
y la ciudad de las calles barrocas y que nos unen la vida y los abrazos y las
ansias y las huellas…
Y mañana diré que estoy bien, que
todo está bien a pesar que no tengo los besos escondidos de la ciudad, a pesar
que ya no tenga los pasos perdidos de la ciudad, a pesar que ya no tenga al
hombre que fue mío en la ciudad y que quiera su abrazo y su muerte lenta en mis
labios, aunque quiera detener un taxi y bajarme en la siguiente esquina después
del semáforo.
Y mañana diré que todo está bien
y que me siento bien aunque me sobren las lágrimas y me falten los brazos, aunque
me sobre isla en el pecho.