Pareciera que Mangua tenía una lengua de metal para llorar y lamentarse cuando su alma estaba abatida por la desgracia.
Gratus Halftermeyer
En un instante desapareció todo, o
casi todo, ya en la ciudad no existían más que la noche y los gritos ahogados
de miles de Managuas aplastados por sus propias casas. Ahora solo nos queda el
recuerdo de haber vivido en aquella ciudad, ahora nos queda la nostalgia de
poder caminar por las calles de la Managua de antes de 1972.
Ya no queda mucho porque todo se
ha ido cayendo, borrando, cerrando, perdiendo… ya no existe el Cine Salazar
porque lo poco que quedó de él lo derribaron en los 90, ni el barrio de
pescadores desaparecido esa noche, al barrio Santo Domingo casi que solo le
quedo la iglesia en pie, al Banco Central le derribaron más de 10 pisos para
poder dejarlo en pie, ahora solo tiene cuatro. Ya no existe la Casa
Presidencial de la Loma de Tiscapa porque se la tragó la laguna, en un afán de
borrar todo el dolor de la nación. Tampoco existe la casa de La Curva, ni el
Night Club Plaza, ni la Escuela de Bellas Artes del maestro Peñalba, ni existe
el Lido Palace, ni la casa Mántica, ni la cárcel El Hormiguero, ni la casa Lilliam,
ni los almacenes Tina Lugo, ni la iglesia de San Antonio de la que sólo quedó
el altar…
Donde estaba el Hospital General
El Retiro se ha construido un centro comercial: Price Smart. Hospital que
aplastó a todos sus pacientes aquella noche, el cine González ahora es una
iglesia evangélica, al igual que los pocos cines que sobrevivieron a la
catástrofe, a excepción del Margot que es una chatarrera. Y la sala de
convenciones de la normal de maestros es ahora el Olof Palme, y el antiguo
Banco de Nicaragua es ahora la Asamblea Nacional y la antigua asamblea, Palacio
Nacional, es ahora un museo y la biblioteca nacional, y el Gran Hotel es ahora
el Instituto Nicaragüense de Cultura, lugar que albergó por muchos años muertos
en los ascensores y que aún hospeda algún grito extraño en las noches más
oscuras. Y donde estaba el Palacio del Ayuntamiento ahora alquilan motitos para
que los niños jueguen, y el mercado oriental creció sin control y se tragó a
los barrios de su alrededor.
Y después de aquella noche del 23
de diciembre de 1972, Somoza mandó a cercar el corazón de la ciudad, y su
sangre quedó oprimida con diez mil muertos dentro. Después de aquella noche
vinieron los camiones a demolerlo todo, a romperlo todo, a saquearlo todo, a llevarse
lo poco que nos quedaba. Después quemamos nuestros recuerdos con kerosene
porque tal vez solo el fuego podía quemarnos tanto dolor.
Pero nuestra ciudad sigue viendo
hacia el lago, llorando desconsolada a sus muertos. Nuestra ciudad llora frente
al lago con su lágrima eterna de acero.