“…
porque Cuba es un hermoso país para
encontrar a los amigos. Y porque Cuba es un país donde todos quieren a Javier
Villafañe.”
Gustavo
Roldán
No se puede hablar del teatro de títeres en América
Latina sin referirse a la figura de Javier Villafañe, poeta y titiritero
argentino con una prolífera e importante obra literaria dedicada en su mayoría
al mundo de los niños.
Sus textos incluyen la poesía en la que sobresale su
primer libro El gallo pinto editado
en 1944, guiones para el teatro de títeres donde encontramos, por mencionar
algunos, El caballero de la mano de fuego
y La calle de los fantasmas ambos
forman parte del repertorio de los clásicos en el teatro infantil de
Latinoamérica; Libro de cuentos y
leyendas (1945) es una recopilación que hace el maestro titiritero de
algunas historias fantásticas de América del Sur y por último, pero no menos
importante, Don Juan el zorro su
única novela dirigida a los jóvenes. Además Villafañe tiene una extensa obra
para adultos escrita en prosa y verso.
Con su carreta La Andariega, su amigo Juan Pedro Ramos y
la Guincha, mula que los guiaría en su aventura, comienza su camino de
trashumante por todos los rincones de América del Sur, después de unos años su
trabajo lo llevaría a Europa y el Caribe, incluyendo en 1975 La Habana.
A cien años de su natalicio Teatro de las Estaciones le
rinde homenaje a este maestro latinoamericano con El gorro color de cielo, espectáculo basado en Lacalle de los fantasmas y El
casamiento de Doña Rana, escritos por Javier Villafañe.
Cuatro titiriteros cuentan la historia de Juancito y
María y de Don Sapo, quienes se enfrentan en diferentes situaciones al Diablo
de las tres colas. En el primer caso el Diablo y los fantasmas asustan a María
y raptan a Juancito, en el segundo es a Doña Rana a quien raptan. Nadie puede vencer
al malévolo personaje hasta que los titiriteros consiguen el gorro color de
cielo de Villafañe, se lo ponen y explota.
En este espectáculo el grupo opta por un texto que se
acerca al género de la farsa, con una estructura de “fábula sencilla con parlamentos
cortos y situaciones muy bien definidas”[1],
encontrando al personaje de el Diablo como nexo entre ambas historias y
colocando a los titiriteros como hilo conductor de la trama.
Las relaciones en torno a la astucia, la sorpresa, los
juegos de engaños, el derrotero de imaginación y la síntesis dramática
concuerdan con la síntesis plástica requerida por el teatro de títeres.
Esta concordancia entre estructura dramática y
plasticidad pone en primer plano al títere de guante, debido a la
pontecialización de su expresividad, mientras el títere de barra queda en un
segundo plano.
Ambas técnicas titiriteras son usadas en el espectáculo,
ambas tienen biomecánicas diferentes y por ende maneras de expresar y manipular
distintas. Por un lado el títere de guante permite movimientos variados,
orgánicos y fluidos , como por ejemplo mover la cintura, la cabeza, agarrar
objetos con las manos, entrar y salir de escena por cualquier parte del
retablo. Esto queda claro en la escena en
que Juancito se enfrenta con los fantasmas, quienes entran y salen
inesperadamente por diferentes partes del retablo.
Mientras que el títere de barra permite un movimiento
rígido, que el diseñador Zenén Calero
logra dinamizar articulando algunas partes del títere, específicamente los
ojos, la boca y las alas, tratando de lograr un balance visual. Los personajes
de los dos grillos, la luciérnaga, Don Sapo y Doña Rana son llevados a esta
técnica logrando la síntesis de sus movimientos, es decir los saltos, lo que
permite entrar y salir de escena de arriba hacia abajo.
El retablo está diseñado de tal manera que sirva de
escenario para las dos historias. Arriba para los títeres de guante, este caso
Juancito y María, y abajo para los de barra, Don Sapo y Doña Rana. Zenén
construye el escenario para títeres de tal modo que es aprovechado en su
totalidad, tanto la parte inferior como la superior, no sólo por los muñecos
sino también por los titiriteros en el momento de contar la batalla de Don Sapo
y la Araña, ya que utilizan una parte del retablo como especie de proyector de
imágenes que sirve de apoyatura a la narración.
En el año dos mil Teatro de las Estaciones llevó a escena
este espectáculo en las manos de Rubén Darío Salazar y Migdalia Seguí. Esta vez
es el elenco joven, junto a Migdalia quienes dan vida a los muñecos.
La experiencia en el teatro es fundamental y si de esto hablamos
se ha comprobado que este grupo la tiene; tomar riesgos también es importante
si de arte se habla. Rubén Darío Salazar, director de la obra, decide con su
experiencia tomar el riesgo de unir la juventud escénica de Yaitma González y
Aniel Horta, con la madurez teatral de Migdalia seguí e Iván García quienes
logran una troupe de titiriteros equilibrada, aunque en ciertos momentos se
note cierta disonancia en los modos de actuación.
Los actores más jóvenes muestran cierto cliché en sus
voces utilizando registros muy graves o muy agudos y en algunos momentos actúan
de manera aniñada para interpretar sus personajes, esto es una forma de
actuación recurrente en el teatro infantil.
La caja de los
juguetes (2003), La
Virgencita de Bronce (2005), El
patico feo (2006), Los zapaticos de
Rosa (2007) y Federico de Noche
(2008) son las puestas en escena con las que este grupo matancero ha logrado
llegar a la cumbre de sus propuestas escénicas y establecer una estética
propia, caracterizada por el preciosismo de los diseño de Calero, por la
integración escénica de los actores y actrices y por la belleza estilística de
los textos de Norge Espinoza y la asesoría de Yamina Gibert.
Esta vez Salazar propone una puesta en escena sencilla,
de espectacularidad reducida que dialoga con la tradición titiritera de América
Latina y Cuba, además de basarse en lo que para Oscar Caamaño es el teatro de
Villafañe: “Javier Villafañe es el inventor de un estilo de títere de guante,
apegado a un repertorio reducido, muy ligado a lo popular, y caracterizado por
la economía de recursos escénicos.”[2]
Maese Trotamundos, títere con el que Villafañe presentaba
sus espectáculos, es fraccionado en la presencia de los cuatro titiriteros
quienes cumplen la misma función y además se retoma la forma métrica en la que
Javier escribía, el verso, pero esta vez no se utiliza para entablar diálogos
sino que se canta el romance del Señor titiritero. También el sentido de lo
popular se retoma en la interacción de los titiriteros con el público y la
participación de los niños en la resolución del conflicto.
Teatro de las Estaciones con esta puesta en escena,
demuestra un dominio amplio sobre la obra del maestro titiritero argentino que
incluye, además de sus textos, la estética que este propuso y la trascendencia
que ha tenido en el mundo entero, además demuestra la unión e influencias de la
tradición de títeres de Latinoamérica y Cuba. Desde mi butaca mis más sinceros
aplausos.
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