(Sobre la novela Debajo de la cama de Carlos Luna Garay)
“Debajo de la cama” se postula
entonces (hasta que alguien pruebe lo
contrario) como novela pionera eminentemente gay en nuestra historia
novelística de 130 y tantos años, pero no definitivamente como la primera obra.
Ulises Juárez Polanco
Estimado Carlos:
Recuerdo mi primer concepto de
distancia al remontarme a las clases de física en las que decían que la
distancia es el espacio que hay entre un punto y otro, es el trayecto que
existe entre un punto y otro. Algunos años después reelabore aquel concepto tan
cerrado y frío y pienso en la distancia como el espacio vacío entre un cuerpo y
otro, como el espacio que queda después de un abrazo infinito, como el espacio
breve de la respiración al momento de besar los labios deseados. Y hay algo que
une mi primer concepto y el que yo mismo reelaboré: el frío.
He recibido con enorme alegría la
publicación de tu novela Debajo de la cama y después de algunas
peripecias, que no vale la pena enumerar, la leí con enormes ansias llevándome
muchas sorpresas, pues encontré en tu narración muchas identificaciones con mi
vida, identificaciones que sinceramente no esperaba encontrar.
No soy un crítico literario pero de
alguna u otra manera trataré de darte mis impresiones sobre tu primer gran
libro. Y ya sabes que mis palabras siempre serán desde la admiración y el
afecto frágil como vuelo sutil de mariposa. También recurro con gusto a esta
breve carta para expresarte mis apuntes, pues conoces mi pasión por las
epístolas y al menos de esta manera puedo acortar la fría distancia.
Las reseñas que he podido leer sobre
tu novela señalan como una novedad el tema principal, por decirlo de alguna
manera, que atraviesa dicho escrito: la homosexualidad. En este sentido siento,
quizás, una breve tristeza pues hemos entrado de lleno un poco tarde a esta
corriente literaria, que muchos definen como "homoliteralidad", pues
en América Latina desde finales del siglo XIX hay luces diminutas que se
encienden, luces que se convierten en antorchas breves durante la primera mitad
del siglo XX para terminar en luces literarias destellantes en el segunda
mitad.
No obstante debo decirte que me llena
de esperanzas el hecho de haber llegado, de que al fin dejamos a un
lado los moralismos ortodoxos y los tapujos moralizantes en la literatura. Y
vos lograste vencer esto, detrás de vos todos nosotros.
Sin embargo, particularmente, no
encuentro la novedad en el “tema” pues lo que creo novedoso es la
representación que construís, representación de un sector de nuestro “mundo
gay”, del “ambiente gay” provinciano que aún mantenemos en nuestra sociedad
aunque muchos lo crean cosmopolita, casi cercano al primer mundo. Creo que en
esta representación descarnada y sin tapujos reside uno de los grandes valores que
tienen las 144 páginas de tu novela, valor que hace eco de nuestras voces.
Particularmente no creo en la teoría
Queer, menos en su aplicación latinoamericana, pues nosotros pertenecemos a una
construcción tan amplia y diversa que se enmarca en los márgenes de nuestra
identidad híbrida. Identidad en constante proceso dialéctico. Por eso tampoco
creo en la “homoliteralidad” pues este concepto deviene de la teoría antes
mencionada, prefiero entender la valía de las cosas por sus contenidos y
esencias, no por las etiquetas y las formas falsas o impuestas. ¿Acaso la
“literatura gay” es menos o más polémica que la “heterosexual”?, ¿es más o
menos rara?, ¿es más o menos erótica?, ¿más o menos diferente?. Estas preguntas
y mi nadar “contracorriente” ameritarían otra carta.
Un resultado de esa representación sin
tapujos de nuestra realidad es la crítica a las estructuras sociales en nuestro
contexto, vista desde dos perspectivas: las estructuras de la heterosexualidad
y las de la homosexualidad. Esto me lleva a pensar en que determinados
autores pueden configurar su importancia a partir de los límites que rompen,
según la medida de sus atrevimientos.[1] Alec Tiffer, protagonista de tu
novela, se enfrenta contra una estructura matriarcal, esto me llamo
profundamente la atención pues no se enfrenta directamente con el típico padre
machista y cliché. La madre es verdaderamente el muro opositor al hijo y detrás
de ella se esconde la fuerza inquebrantable de la doble moral religiosa que
tanto daño nos ha causado, aunque al final a regañadientes la madre termina por
entender.
Pero la segunda crítica, la que se
dirige hacia la misma homosexualidad es la que realmente cobra mayor
importancia para mí. Sin embargo esta crítica se hace, quizás, tan codificada desde
"nuestro mundo" que es solo perceptible por quienes han atravesado
este camino. Apuntas directamente a la construcción del "cochón",
término que no me gusta utilizar, dejando esta imagen minimizada pues revelas
la condición humana del homosexual con sus miedos y alcances. No dibujas a un
hombre feminizado, pues de ese modo se ha visto al homosexual en nuestro país,
y demostras también que en nuestro "mundillo" existe el peso de la
discriminación que parte de nosotros mismos y se dirige hacia nosotros. Quizás
la discriminación más fétida y podrida, la que más hace daño.
Por eso, vuelvo y repito, uno de los
grandes valores de tu novela es guiarnos por nuestro mundo gay a través de Alec
Tiffer, construirnos este mundo a través de él. Es Alec una construcción
doblemente concreta, digo doblemente pues el personaje principal de tu novela
se mueve en dos planos de ficción: por un lado nos encontramos con el Alec
personaje literario y por el otro con el Alec escritor. Y aquí se construye lo
que llamaríamos en teatro la metateatralidad, es decir la construcción de una
ficción dentro de otra. ¿Acaso vos que has sido un lector apasionado de
Shakespeare no hayas reproducido intuitivamente la gran tragedia que
representan los comediantes ante el tío y la madre de Hamlet?, creo que vos has
comprendido este recurso y dejándote guiar por la mano de Shakespeare has
construido estos dos planos de ficción.
Además este Alec tiene características
prototípicas de un personaje universal: un artista joven, empecinado en fumar y
fumar, que se deja guiar un tanto por la droga y el amor, por el sexo, por el
desorden que todos miran en el artista y por otro lado se deja guiar por el
amor, por no ser diferente a los demás, por intentar llevar una vida normal, en
la medida de lo posible, está construido por los contrastes y marcado por los
dos planos de ficción. Es aquí donde pienso en Dulce María Loynaz que alguna
vez escribiera: El hombre no es el ente sensual que quiere mostrarnos la
filosofía materialista; por el contrario, aun cuando pone por delante sus
sentidos, paréceme- a mí al menos- que lo hace para defender instintivamente el
ánima de muchos embates y hasta para engañarla en otras muchas añoranzas que él
mismo no sabría satisfacer, ni aún expresar.[2]
Pienso
en Tiffer y pienso en la Morfología del Cuento Maravilloso y
Vladimir Propp, lo digo simplemente por el viaje del héroe. Así veo a Alec,
como un protagonista en cambio, en transición, que va acumulando peripecias
hasta que logra llegar renovado a la laguna donde alguna vez fuera tan feliz.
Me recuerda un tanto al maravilloso Patito Feo de Andersen, pero al
patito feo poético, el de verdad, no el que venden en ediciones baratas en
cualquier librería. Pienso en ese cisne, animal sexual y asexuado que contiene
la simbología del falo y la flor de loto, pienso en esa laguna donde se ve reflejada
su imagen y se da cuenta que después de haber sobrevivido a los patos salvajes
(iguales a los brazos de Demian), al frío del invierno (igual a las constantes
inhalaciones de coca y las soledades vividas por Alec), que ha sobrevivido a la
mirada acuciosa de la vaca (igual a la mirada de la madre o de la tía), el
patito se da cuenta que es un hermoso cisne capaz de emprender el vuelo.
Y aquí entre nos debo decirte que son
tangibles las luces y las sombras de Tiffer, pues realmente no es un simple
personaje que sufre, también tiene malicia. Una malicia premeditada que lo
lleva a empujar a su más grande amor a salir del closet de una sola patada y
desata la mano infernal de las Furias. Además Alec tiene una premisa
fundamental, una tesis que defendes en toda la novela: para escribir hay
que vivir. Esto queda evidenciado
al final de las 144 páginas cuando se nos revela que todo lo escrito ha sido
invención del propio Tiffer. Hay malicia
en la vida del hombre, una malicia para poder sobrevivir en medio
de los avatares cotidianos. Malicia y
amor como paradoja de luz y sombra que nos lleva a construir una coraza de
ficciones para enfrentar el día a día.
He
tomado la novela como un hijo primogénito, el hijo mayor, que representa para
los padres el momento de la iniciación. El hijo primogénito que no debe temer al frío ni a la distancia, pues sabe que tendrá un padre o mejor dos, que lo cargarán en brazos, lo llenarán de puntos y comas para que se haga un párrafo fuerte, decidido, con luz propia, un hijo que no debe temer a los espacios vacíos.
Sabés
que me gusta la relación que hay entre el título y el contenido, pues como te
dije en otro momento, lográs conexiones sutiles que son casi imperceptibles y a
la vez poéticas. Lo que hay debajo de la cama se me traduce como aquello que
sabemos que somos pero que en realidad no sale a la luz, se me traduce como un
acertijo breve y filosófico que me recuerda nuevamente a la Loynaz que decía: (…)
seguimos siendo lo que no hemos visto ni pudiéramos ver nunca, pero sigue
siendo presente aunque no se perciba con los ojos, como un polvo de luz en el
aire…[3]
Esta
carta ya se me hace extensa y sabes que la epístola tiene su esencia en la brevedad.
Para terminar podría acotar que en cierta medida me molestan los párrafos
grandes, pero quizás sea por falta de costumbre. Nos hemos acostumbrado a la
brevedad de párrafos, pero en vos esa extensión funciona pues la construcción
sintáctica de tus oraciones es sencilla y esa longitud del párrafo no se
convierte en longitud ininteligible. También señalaría los guiños de prosa
poética que tenes al describir la procesión con sombrillas de colores y encima
la visión de una imagen católica serenamente movida, también al final de tu
escrito vuelve la poesía, por ahora son los que recuerdo o quizás los que más
me han impactado. También debo decir que el final se me queda demasiado
apresurado, ágil, volátil, me deja un pequeño sin sabor, pero esto es una opinión
muy personal.
Por
último señalaré la utilización del distanciamiento en la construcción de los
nombres de los personajes, pues construís una realidad cercana de la que
logramos tomar cierta distancia a través de nombres, incluso apellidos, ajenos a nuestra realidad, al menos a la
inmediata. Este tomar distancia hace que podamos ver con ojos críticos nuestro
entorno.
Carlos
debo terminar esta carta breve y decirte que extiendo mi abrazo fraterno desde
una Managua caliente, que parece evaporarse en medio de un cielo gris que
promete agua y que no cumple, una Managua con aires cosmopolita añejados.
Recordá que aún me debes tu firma en mi libro, pues así definitivamente ya no
habría más distancias entre esto que hoy te escribo y lo que vos escribiste
para nosotros.
Un
beso
[1] Espinosa
Mendoza, Norge: Cuerpos de un deseo diferente. Ed. Matanzas, Matanzas,
Cuba, 2012. P.78
[2] Loynaz,
Dulce María: Del Día de las Artes y de las Letras, Ed. Letras cubanas,
La Habana, Cuba, 2007. P.27
[3] Loynaz,
Dulce María: Ibidem. p.31
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