(…) las identidades nunca se unifican y,
en los tiempos de la modernidad tardía, están cada vez más fragmentadas y
fracturadas; nunca son singulares, sino construidas de múltiples maneras a
través de discursos, prácticas y posiciones diferentes, a menudo cruzados o
antagónicos (…)
Stuart
Hall
La
homosexualidad, entendida más allá de cuestiones sexuales y de género, se
convierte en una construcción cultural que está en constante relación con otras
prácticas y discursos sociales que muchas veces la definen. Desde mi práctica
como homosexual y en el contexto nicaragüense pienso que es oportuno empezar a
desarrollar una línea de pensamiento que nos ayude a encontrar puntos de unión
entre la teoría y la práctica activista en nuestro territorio, esto será
posible solamente cuando nosotros mismos dejemos de imitar los modelos de la
dominancia heteronormada.
La
figura del cochón[1] ha sido construida desde
la perspectiva de la heterosexualidad. Los dos posibles orígenes del vocablo,
tanto el posible origen indígena como el posible origen francés, utilizan la
palabra de forma despectiva. Según Enrique Peña Hernández en México se usaba la
palabra coyón (procedente de coyoni) y designaba al cobarde, a la persona que
se corre[2]. Por
otro lado encontramos la traducción de la palabra cochón: cerdo. También
designada para referirse al hombre sucio.
A
partir de esta construcción léxica se define una construcción visual del cochón
y se edifica sobre la figura de la feminización masculina, pues en nuestro
contexto es únicamente cochón el hombre que muestra rasgos feminizados y cuando
digo rasgos hablo de manera general tanto en su comportamiento como en su
fisicalidad. Apunta Patricio Welsh: Solo
el pasivo es considerado cochón, el activo no es considerado y no se considera
homosexual e incluso la experiencia puede ser asimilada como fuente de virilidad
y poder[3].
En
este sentido sumaremos tres conceptos más: Activo (el que penetra en las
relaciones homosexuales), Pasivo (el que es penetrado) y versátil (el que
penetra y es penetrado). En nuestro contexto popularmente se denomina activo al
cochonero, pasivo al cochón y al versátil como aquel que transita en ambos
carriles.
Hago
esta breve introducción, pues este modo de definir la homosexualidad en nuestro
país tiene un trasfondo heterosexual y reproduce su estructura. Los
homosexuales por más que queramos librarnos y deslindarnos de la “famosa” y tan
utilizada heteronormatividad no podemos hacerlo, pues en nuestras prácticas
seguimos construyendo una estructura cultural que se acerca más a la
heterosexualidad y desde el activismo teórico atacamos dicha estructura
heteronormada, dibujando una supuesta contradicción que más bien reafirma y
fortalece lo que negamos.
Esto
coloca a la homosexualidad en nuestro país como un grupo subalterno en relación
a la dominancia heterosexual, entiéndolo en este sentido: un grupo subalterno es aquel que todavía no cobra conciencia de su
fuerza y posibilidades de desarrollo político y, por lo tanto, no escapa de su
fase primitivista (…)[4]. Nuestras
prácticas culturales se siguen pensando y haciendo desde la óptica de la
dominancia, el pasivo deviene en mujer y el activo en hombre, desde todas las
construcciones y roles que contienen estas dos palabras. Los homosexuales no
nos estamos pensando desde nuestra misma experiencia y desde nuestros procesos
culturales que están en constante relación con los procesos que nos circundan,
en Nicaragua estamos aislando la teoría de la práctica.
Y este
“no pensarnos desde nosotros”, nos lleva a utilizar, apropiarnos y reafirmar en
la práctica los conceptos de identidades
construidas desde la estructura heteronormada. Las identidades culturales están
relacionadas desde una cultura dominante y una dominada, se construye un
binomio a partir de las relaciones de poder, un binomio que no puede existir
sin ninguno de los dos componentes, sin ninguno de los dos polos.
El
hombre ha construido una figura fuerte de sí mismo, mientras ha debilitado la
figura de la mujer. El activo constituye la cara fuerte de la homosexualidad,
muchos ni siquiera se denominan como tal prefieren llamarse bisexuales o
discretos, en oposición el pasivo se construye como sinónimo de debilidad y además
como cochón se convierte en la cara visible de la homosexualidad y por la carga
de debilidad se vuelve el centro de la estigmatización y discriminación. Lo que
convierte, en nuestro contexto, al pasivo en centro de descarga sexual por
parte del activo e impide, debido a las otras prácticas culturales, que puedan
tener una relación visible más allá del sexo.
El
hombre “heterosexual” necesita de esta construcción feminizada del homosexual
para marcar diferencias que siempre se construyen a través de las debilidades
del segundo y exalta el dominio y poder del primero. Esta relación hombre heterosexual-hombre homosexual es una pequeña muestra de la relación entre ambas estructuras, sin embargo en la estructura gay ocurre lo mismo pues el cochonero para diferenciarse del cochón
construye el juego de la diferencia y (…)
entraña un trabajo discursivo, la marcación y ratificación de límites
simbólicos, la producción de “efectos de frontera[5]”.
En
este sentido, desde mi experiencia, veo que los homosexuales seguimos
reproduciendo en la práctica los modelos heterosexuales que tanto se atacan
desde la teoría. Pienso que el sentido de nuestro activismo no radica en el
análisis crítico de los procesos de la heteronormatividad, más bien hay que
poner en entredicho nuestras mismas prácticas y paradigmas para dejar de ser un
grupo subalterno visto desde la estructura que nos domina. El
reto sería construir desde la práctica individual una identidad colectiva verdaderamente
sustentada desde la teoría.
[1] Acepción
con la que se designa al homosexual en Nicaragua.
[2] Ver:
Arellano, Jorge Eduardo: Origen del vocablo cochón, en El
Nuevo Diario, 26 de julio de 2014. Versión digital.
[3] Welsh,
Patricio: Un cochón es un gay? Homofobia y Patriarcado en Nicaragua, en
El Nuevo Diario, 6 de julio de 2000. Versión digital.
[4]
Rodríguez, Ileana: Subalternismo. Artículo digital
[5] Hall,
Stuart: Quién necesita identidad? En Cuestiones de identidad cultural,
Amorrortu editores, Buenos Aires-Madrid, 1996. P.16