El creyente,
en el ardor de su fe y de su amor, se regocija acaso de descubrirle al ídolo el
relleno de barro… Es la materialización salvadora, y él sabe que por ahí es por
donde está verdaderamente unido a su ídolo… Es lo único que puede haber de
común entre él y su dios, y por el barro lo alcanza más que por el amor y por
la fe.
Dulce María
Loynaz
Recuerdo
perfectamente que cuando era niño mi madre y mi abuela se alistaban desde
temprano para irnos juntos a la procesión del viernes santo, la procesión de La
Sangre de Cristo. Salíamos de la casa de Ciudad Jardín, tomábamos un bus que
nos dejaba lo más cerca posible de la catedral y de ahí caminábamos hasta el colegio
Teresiano para encontrar a la imagen. Yo no entendía muy bien de qué se trataba
todo aquello, me confundía la gente disfrazada, los niños bajo el sol, la imagen
del Cristo crucificado me parecía gigantesca, mi abuela con su brisera, mi
madre con sus tenis y su pantalón ajustado (coqueta y vanidosa como siempre) y
yo con mi sombrilla de gorrito (sombrilla que me encantaba lucir).
Recuerdo a
la gente repartiendo cosas, a las señoras mayores, ancianas quizás, con sus
mantones en la cabeza, el color morado predominando en toda la calle, las sombrillas
de la gente alzadas al cielo. Recuerdo las crispetas que con tanta emoción
pedía me compraran, las kola shaler de los carretones, los raspados a la
antigua, los vigorones, las estampillas, los rosarios, en fin aquello era para
mí una fiesta.
Mi abuela se
recuerda yendo de niña por toda la calle 15 de septiembre, la calle más larga
de la ciudad pre terremoto de 1972, se recuerda con su hermana Esperanza, su
prima Ligia y su abuela Antonia (la Toñita como todos la conocían) caminaban
bajo el sol hasta llegar a la iglesia San Antonio, ahí esperaban a que empezara
la Vía Sacra (así mi abuela prefiere llamar al Vía Crucis). Recuerda aquello
como una cosa linda: la gente repartiendo comida, repartían chicha, cacao, cebada.
Mi abuela se recuerda comiendo, sentada en un rinconcito y su abuela diciéndoles
que no se movieran que ahí se quedaran quietecitas porque los hombres tenían
entre las piernas un puñal que se lo enterraban a las niñas. Después recuerda
el camino de regreso, la misma calle 15 de septiembre para regresar hasta su cuartería
cercana a la Jabonería América. El sol de la tarde y el paso lento de la Toñita
deteniéndose a conversar con cuanta viejita se le atravesaba en el camino.
La verdad es
que esta tradición de la Sangre de Cristo es la única expresión cultural
colonial que sobrevive en Managua. La imagen fue traída el cuatro de julio de
1638, desde Guatemala vino el Cristo crucificado que nos recuerda a las figuras
barrocas traídas en barcos españoles. De piel morena para hacerlo similar a
nuestros indios, con ojos grandes y pestañas encrespadas, de pelo rizado con
caída de bucles hasta los hombres, pegado (crucificado) a una cruz verde con el
INRI bien claro.
El primer
sitio donde estuvo la imagen fue en la Parroquia, conocida también como la
iglesia de Veracruz, situada en donde es actualmente la antigua catedral de
Managua frente a la Plaza de la Revolución. A mediados de 1800, cuando ya
Managua había sido elevada a ciudad y luego a capital, creció el fervor por la
imagen. Una epidemia de cólera apareció de pronto y la gente moría por
montones, rápidamente empezó a correr el rumor que había un hombre igualito a
la imagen de la Parroquia que curaba aquella maligna y mortal enfermedad. A
ciencia cierta nadie sabe de dónde vino el hombre, tampoco saben cuándo
desapareció, lo cierto es que a raíz de aquel suceso la gente de Managua
comenzó a llamar a la imagen La Sangre de Cristo.
Otra
historia que envuelve a este Cristo crucificado es la de la Banda de los
Supremos Poderes. En 1863 los músicos atravesaban el lago de Managua después de
un concierto en la parte norte de la ciudad. Estaban en medio de la nada cuando
de pronto vino un ventarrón que casi vuelca la embarcación, los vientos
azotaban el barco de los músicos y estos comenzaron a pedirle a la Sangre de
Cristo, después de un rato las aguas y el viento volvieron a la normalidad.
Desde entonces una orquesta filarmónica acompaña las procesiones más
importantes de la imagen.
En 1906 la
Sangre de Cristo fue trasladada al Templo de San Miguel y en 1913 a la Iglesia
de San Antonio. Dichas iglesias quedaban en los barrios más importantes de la
antigua ciudad, barrios que en otros tiempos fueron asentamientos indígenas significativos.
Ahí radica la ubicación estratégica de la imagen y su cercanía al centro y al
borde del lago. Lo que hoy conocemos como el Vía Crucis no es más que un tipo
de teatro llamado Auto Sacramental que los colonos europeos utilizaban en
nuestras tierras para catequizar a los indios. Las múltiples imágenes de
Cristo, María y un sinnúmero de Santos eran movidas y animadas por las calles y
plazas más importantes para llevar el mensaje del Dios cristiano a nuestras
gentes. Así se le infundía un soplo de vida a la imagen de madera o barro para acercarla
al humano.
La iglesia
de San Antonio fue destruida por el terremoto de 1972 y la imagen traslada a Monte
Tabor. Ahí estuvo por 13 largos años hasta que fue trasladada a la Iglesia San
Pio X en Bello Horizonte, luego en 1993 fue llevada a su ubicación actual: la
nueva catedral Metropolitana Inmaculada Concepción de María.
Hoy, viernes
santo, mi abuela y yo hemos tomado un taxi. Mi madre no nos acompaña pues hace
seis años emigró a Costa Rica para trabajar de doméstica en cualquier casa
tica. Extraño sus tenis y su pantalón apretado, su vanidad procesional y su
mano apretando la mía. Ahora soy yo quien toma la mano de mi abuela. Esta
semana estuvo enferma y tenía miedo de llevarla, sin embargo pensé en la
procesión como un acto social y un momento de fe.
Llegamos a
Plaza el Sol, lo más cercano a Metrocentro que el taxista nos pudo dejar. Caminamos
un par de cuadras y mi abuela se veía animada, pasamos comprando un helado,
atravesamos el centro comercial y llegamos a la parada de un costado. Mi abuela
ya no puede caminar tanto y este año no se arriesgó a caminar más. Han pasado
muchos años de sus caminatas por la calle 15 de septiembre, han pasado muchos
años desde nuestras caminatas desde el Teresiano.
La gente
pasa e instala sus negocios. Las vende carne en las estufas ambulantes, las que
venden crispetas, alfiñiques, los gorros y las briseras, los rosarios, los
calendarios, la gaseosas, las aguas heladas y también pasa la gente que reparte
a discreción como pago de promesas.
Este año me
ha parecido impresionante la fe de la gente, mucho más que cuando era niño. Los
promesantes descalzos, los que caminan de espaldas, los vestidos como Jesús
cargando la cruz, los soldados romanos, las viejitas con su chalinas que me
recuerdan otras épocas que no viví, todo como en un aguafuerte de colores y
texturas que van dando cuenta de la identidad de este pueblo, de la identidad de
las gentes de esta ciudad.
Allá viene!-
le digo a mi abuela que se tapa del sol bajo la parada. La imagen aparece de
lejos en el semáforo del hotel Intercontinental, ya no me parece tan grande
como antes, se mueve despacio mientras los altavoces de los camioncitos de la
radio anuncian la octava estación del Vía Crucis penitencial. Despacio se va
moviendo la imagen y llega frente a mí, la Sangre de Cristo frente a mis ojos
de negro, de indio, de cochón, la Sangre de Cristo con sus cejas falsas, su
color ennegrecido, sus bucles y su corona de plata y espinas, la veo como una
Drag Queen en medio del solaso del medio día de Managua.
Mi abuela
sube su toallita amarilla y todo el mundo aplaude a la imagen, es el momento
del éxtasis, de la catarsis colectiva. Mis ojos de negro, indio y cochón
observan la imagen y se dan cuenta del poder de la fe, del instante en el que
uno sabe que esa imagen de madera es tan cercana y tan distante. También es el
momento donde todas imágenes urbanas se mezclan: el hotel Hilton, el letrero de
ron Flor de Caña, el árbol de la vida, la gasolinera UNO, el Mc Donalds y la
imagen despacio, latente, suave, pausada. Ahí en medio de todos los símbolos
nacionales la Sangre de Cristo me recuerda la fuerza de la colonialidad que
pesa sobre nosotros, me recuerda sus más de 400 años, su itinerancia y lo más
duro: su vigencia.
La vemos
alejarse, con ella se aleja la gente, ha desaparecido por la rotonda de
Metrocentro hasta perderse. Tomo el brazo de mi abuela y volvemos a la casa, me
da gusto saberla ahí a mi lado y me da tristeza el gran vacío que deja mi
madre. La Sangre de Cristo es la procesión más antigua que existe en Managua,
es la procesión que siempre unirá mi mano, la de mi abuela y la de mi madre.
Me encantó la crónica. Tenes talento chavalo. Nunca dejes de escribir para que sigas refinandote y alcances la madurez del escritor. Saludos y sigue así.
ResponderEliminar