Junio
30 de 2016. Managua, Nicaragua… llueve.
Tengo
el alma revuelta y una honda herida en el centro de la memoria. Las grietas y
las lágrimas de esta ciudad no son suficientes en esta noche. Los escombros que
deja tu ausencia son iguales a los de esta Managua inmortal. Moriste hace un
mes Sebastiana. El cochón mítico de Managua. Quisiera hacer sonar todas las
campanas de las iglesias. Hacer sonar las cúpulas como la algarabía
revolucionaria de aquella mítica entrada de los muchachos a la ciudad, tu
ciudad. Pero el 29 de mayo no tuviste campanas, no tuviste cúpulas, no tuviste
muchachos alegres que entraran en tu ciudad.
Moriste
o te arrebataron de un soplo las ganas de vivir. Aquella tarde que estuve en tu
casa, sentada en tu cama sucia, en tu cama vieja que nadie quiso limpiar, ahí
te conté que te conocía desde hace algunos años. Te conocí de adolescente
cuando mi abuela, en aquella nuestra casa de Ciudad Jardín, me relataba las
historias de tus ojos azules, del Cine Apolo, de los frescos y tus ganas de
vivir. Desde entonces quedaste para siempre en mi imaginario. Ahora quedas en
mí como los muertos que nunca mueren.
Después
apareciste en todas las letras de Managua. Es que no hay una sola pluma que no
haya sido cautivada por tu osadía de ser cochón en una época difícil. Ahí
volviste a aparecer, en las letras que narran y construyen esta ciudad. En las
voces múltiples que soplan sobre Managua y nos llevan al reencuentro con lo que
no vemos hoy. Ahí estabas con tus míticos ojos azules, ojos azules que nadie te
cerró, con el desparpajo y la sensualidad femenina, con el atavío de maquillaje
y con las ganas de comerte al mundo.
Recuerdo
aquella tarde que llegué a tu casa detrás de la UPOLI. Las manos me temblaban,
estaba ahí ante vos, ante el cochón mítico de Managua. Tu casa vacía, hedionda
a soledades y vos ahí en un colchón sucio que nadie limpiaría, en una cama vacía,
como si la vida te consumiera poco a poco. Me viste, te saludé, me senté a tu
lado, nos reímos, cochoneamos. Estábamos ahí como si fuéramos dos ciudades que
se encuentran, dos ciudades al margen que se visitan y dialogan, dos ciudades
hermanas que se saben unidas por la diferencia y por pagar el precio de ser
quienes son.
Vos
la Managua terremoteada con su brillante Charco de los Patos; con esa mirada
nostálgica caminando por la calle 15 de septiembre; caminando por los galerones
del oriental. Vos con esa mirada deslumbrando a Bernabé Somoza y Jimmy Teffel,
poniendo a tus pies a la elite de aquella época. Vos narrándome la dureza de la
vida cochona en Managua antes del terremoto. Vos que te moriste sola y
alcohólica.
Y
yo una loca del siglo XXI que solo puede decirte gracias. Una loca de Managua
que siempre te verá recorrer estas calles que tendrán para siempre tus pasos.
En el cielo herido de llantos veré tus ojos infinitamente azules, veré tus ojos
que me repetirán la frase que me dijiste aquella tarde: “Yo soy el cochón más
viejo de Managua”. En este texto yo podría despedirme de vos pero tengo la
certeza que un día te veré y nos reencontraremos con Betico y con la Reina de
los Tártaros y juntas nos iremos por la vereda tropical. Yo sé que no moriste
de soledades, yo sé que moriste de amor.
Excelente David Rocha.
ResponderEliminarMuchas gracias.
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