jueves, 7 de julio de 2016

Epitafio para La Sebastiana



Junio 30 de 2016. Managua, Nicaragua… llueve.


Tengo el alma revuelta y una honda herida en el centro de la memoria. Las grietas y las lágrimas de esta ciudad no son suficientes en esta noche. Los escombros que deja tu ausencia son iguales a los de esta Managua inmortal. Moriste hace un mes Sebastiana. El cochón mítico de Managua. Quisiera hacer sonar todas las campanas de las iglesias. Hacer sonar las cúpulas como la algarabía revolucionaria de aquella mítica entrada de los muchachos a la ciudad, tu ciudad. Pero el 29 de mayo no tuviste campanas, no tuviste cúpulas, no tuviste muchachos alegres que entraran en tu ciudad.


Moriste o te arrebataron de un soplo las ganas de vivir. Aquella tarde que estuve en tu casa, sentada en tu cama sucia, en tu cama vieja que nadie quiso limpiar, ahí te conté que te conocía desde hace algunos años. Te conocí de adolescente cuando mi abuela, en aquella nuestra casa de Ciudad Jardín, me relataba las historias de tus ojos azules, del Cine Apolo, de los frescos y tus ganas de vivir. Desde entonces quedaste para siempre en mi imaginario. Ahora quedas en mí como los muertos que nunca mueren. 


Después apareciste en todas las letras de Managua. Es que no hay una sola pluma que no haya sido cautivada por tu osadía de ser cochón en una época difícil. Ahí volviste a aparecer, en las letras que narran y construyen esta ciudad. En las voces múltiples que soplan sobre Managua y nos llevan al reencuentro con lo que no vemos hoy. Ahí estabas con tus míticos ojos azules, ojos azules que nadie te cerró, con el desparpajo y la sensualidad femenina, con el atavío de maquillaje y con las ganas de comerte al mundo.


Recuerdo aquella tarde que llegué a tu casa detrás de la UPOLI. Las manos me temblaban, estaba ahí ante vos, ante el cochón mítico de Managua. Tu casa vacía, hedionda a soledades y vos ahí en un colchón sucio que nadie limpiaría, en una cama vacía, como si la vida te consumiera poco a poco. Me viste, te saludé, me senté a tu lado, nos reímos, cochoneamos. Estábamos ahí como si fuéramos dos ciudades que se encuentran, dos ciudades al margen que se visitan y dialogan, dos ciudades hermanas que se saben unidas por la diferencia y por pagar el precio de ser quienes son. 


Vos la Managua terremoteada con su brillante Charco de los Patos; con esa mirada nostálgica caminando por la calle 15 de septiembre; caminando por los galerones del oriental. Vos con esa mirada deslumbrando a Bernabé Somoza y Jimmy Teffel, poniendo a tus pies a la elite de aquella época. Vos narrándome la dureza de la vida cochona en Managua antes del terremoto. Vos que te moriste sola y alcohólica.


Y yo una loca del siglo XXI que solo puede decirte gracias. Una loca de Managua que siempre te verá recorrer estas calles que tendrán para siempre tus pasos. En el cielo herido de llantos veré tus ojos infinitamente azules, veré tus ojos que me repetirán la frase que me dijiste aquella tarde: “Yo soy el cochón más viejo de Managua”. En este texto yo podría despedirme de vos pero tengo la certeza que un día te veré y nos reencontraremos con Betico y con la Reina de los Tártaros y juntas nos iremos por la vereda tropical. Yo sé que no moriste de soledades, yo sé que moriste de amor.

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