jueves, 8 de diciembre de 2016

¡Desde la ciudad YO acuso!

Soy David Rocha, tengo 26 años. Artista, negro y loca. Nací y crecí en la ciudad de Managua, vivo en esta ciudad y no quiero, ni pretendo moverme. Sin embargo, parece que el espacio urbano capitalino se va convirtiendo en una cárcel donde ser evidentemente homosexual es sancionado. 

Anoche viví uno de los momentos de homofobia más humillantes de mis 26 años. Me dirigí al supermercado de Multi Centro las Américas, pues mi abuela me pidió que le comprara. Voy al baño antes de llegar a mi destino y un guardia de seguridad, que siempre merodea el lugar, me mira y me dice: ¡mira Chele yo siempre te veo en los baños dando vueltas, jalate no te quiero volver a ver aquí!- el tipo está evidentemente violentado, su cara enfurecida me mira fijamente, no viste uniforme negro con rayas amarillas, usa camisa estilo polo con el logo del centro comercial y un jeans. Usa un micrófono de solapa. Casi no tiene pelo, usa corte militar y tiene el cutis de la cara agujereado, lo que popularmente conocemos como “cara de piña”. Me paralizo en ese momento, cierro mi zíper y salgo del baño con miedo. El guardia sale antes que yo y se hace el disimulado al verme afuera como si el acto de violencia que ha sido ejecutado dentro nunca hubiera pasado. Apuro el paso, pues no quiero ser violentado físicamente, ni quiero ser perseguido por él. Llego al super, compro y salgo del centro comercial velozmente. 

Indiscutiblemente el guardia me ha visto otras veces pues es el centro comercial que frecuento por varias razones: primero queda de camino a mi casa y me es más fácil comprar ahí, segundo mi banco ofrece un cajero automático en el que puedo depositar y lo utilizo pasada las seis de la tarde.

Estoy más que claro que muchos homosexuales femeninos, masculinos y de closet utilizan los baños públicos para encuentros sexuales. Esto no es una práctica moderna y tampoco exclusiva de nuestro país. Los baños públicos por ser espacios íntimos propician las expresiones de afecto y de deseo que en público la sociedad restringe, criminaliza y reprime. En Managua yo he sido testigo de acciones violentas por parte de los guardias de seguridad. Incluso este mismo hombre que a mí me humilló sacó una vez a una loca que le reventaron la nariz. Nariz reventada por un macho gay discreto, el discreto salió como si nada, pero la loca fue expulsada del centro comercial y le pidieron su número de cédula.

Es cierto que no vivimos como en los años 60 en los que la dictadura somocista utilizaba sus aparatos de control y saneamiento, léase Guardia Nacional y Policía, para capturar y encarcelar a los “invertidos sexuales”, “sodomitas”, “desviados”, “tipos de costumbres raras”. Es cierto que al menos los periódicos no nos sacan en primeras planas encarcelados, pelones y con sendos titulares que nos humillan y atentan contra nuestra integridad social. No obstante, los que somos evidentemente homosexuales afeminados seguimos siendo el blanco de la burla y la humillación ciudadana. Nuestra sociedad tiene internalizada una actitud misógina que pretende controlar todo aquello que es femenino, feminizado o feminizable. Digo sociedad, pues tanto en el ámbito heterosexual como en el homosexual es un patrón que se repite.

Hoy desde la ciudad, MI ciudad, yo acuso y denuncio estas acciones humillantes contra las personas que somos visiblemente homosexuales. Yo corrí con suerte de no ser violentado físicamente, no puse ninguna denuncia en la administración por miedo, tampoco pude tomar fotos o videos del tipo por miedo a ser golpeado. Sin embargo, la violencia simbólica ejercida a diario sobre nuestros cuerpos va convirtiendo a nuestra ciudad en una cárcel donde nos van lapidando diariamente, nos matan todos los días con insultos y humillaciones, nos matan simbólicamente por ser diferentes. 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

El amor de las locas

Acariciaré el aire y sonreiré en la sombra por si en la sombra me miras y en el aire me besas.
Dulce María Loynaz

Entramos a la disca por la puerta grande, por la más ancha para que todos nos vean. El ego de la loca es altisonante y bullicioso, es un plumerío barroco como las extrañas estatuas de las iglesias coloniales: demonios nativos devenidos ángeles de Castilla, apiñados en las paredes y en la escritura indigenista como muestras exóticas del arte americano. Así entramos a la disca, altivas como la grandeza que le colgaba a Moctezuma en medio de las piernas. Entramos etéreas con nuestro rebuscado bambolear de caderas como la mítica entrada de Cleopatra en la rancia película de la Taylor.

Una vez dentro nos volvemos leydis vampiresas que coquetean con los chicos que compran pengüins  en SIMAN. ¡Yes Man!, ¡Yes Sir! Musitamos al oído de nuestra pareja de baile, subidas en tacones de segunda, en nuestras brillantes lentejuelas de pacas. Los gays pengüins nos invitan una, dos o tres bichas y al final de la noche otro gay pengüins ocupa un espacio en su carro, en su boca, en el motel, en el porro cool que se fuman juntos, en la droga diacachimba que dilata sus anos rosas.

En ese momento la madrugada cae fría. En los espejos de la disca otros cuerpos afeminados se dejan llevar por el delirio alcohólico de las Toñas y las Victorias. ¿Sos pasiva?, ¡Bay!, ¡Chau!, ¡entre locas no! La homonormatividad nos prohíbe desear el cuerpo feminizado que delira ante nosotras. La homonormatividad prohíbe a dos pasivas hacer la tijera.

Por eso una se va enamorando del desconocido amor. Del amor fugaz y sempiterno, como el amor intangible de Dios, como el frustrante amor de los muertos que está en la sombre  el aire, que está en todas partes y en ninguna, ese amor que se llora en la tumba y se lleva muy dentro. Amor, amarsh, Amorsh, éxtasis lírico que se sujeta a la violenta desesperación del chupeteo callejero. Del glande incógnito movido por el macho callejero que se desliza a la noche porno.

En la oscuridad porno-gráfica perdemos los seres, como un camuflarse en el asfalto para que no importe nuestro olor a cochón. Los fluidos emanan en un torrente de no me olvides, de “ay lovius”, de carga viral, de “soy tu putita”, de “por ahí si sss aaahhh”. Así nos vamos enamorando y atrapando la invisible cara sidótica del amor fugaz.

Y por Facebook asistimos a la boda del hermano gay de nuestra amiga. Se casaron en Washington, bendecidos por la democracia gringa y las libertades que han costado a trans, negrxs, locas, lesbianas y mujeres. Se veían hermosos en las fotos del face. Se besaron, tiraron el ramo y cayó en el fondo vacío del estanque pues nadie de la familia los acompañó. ¡Que vivan los novios!- gritaba el aire vacío. ¡Que vivan los chocorrones!- gritaba una detrás del cybermundo. Esos machitos de barrio que nos rempujan las soledades cuando se acerca la quincena, que nos llevan la ropa de sus mujeres para que en la cama seamos como ellas. Ese machito obrero, proletario, del que tanto habla el socialismo y el capitalismo usa para enriquecer sus finanzas. Ese machito que huele a sol y bronce, que después de calmar nuestras soledades nos pide un salve, un aliviane, algo para comer, para el taxi, para la ropita de moda, para la mujer, para la leche de la niña. Y nosotras misericordiosas y cristianas entregamos al prójimo el sacrificio de horas laborales gracias a nuestro gustoso placer esfinteral.

Y ahora lo Queer nos hace poliamorosas. Nos seduce en la teoría de la apertura y normaliza nuestros múltiples deslices, afanes, ganas. Lo Queer viene a salvarnos ante la mirada rancia de la heteronorma. Lo Queer poliamoroso, lo Queer culposo como un excusa, casi un permiso que carta blanca a lo que siempre hicimos. Lo Queer como un LSD que nos da puertas abiertas al “estatus culo” de los placeres de siempre.


Así recorremos un imposible itinerario vivencial, con las múltiples caras del amor nuestro de cada día. Como buscando en el aire y respirando en la sombra el beso urbano que se fuga de nuestros cuerpos. 

viernes, 19 de agosto de 2016

El silencio del González o la muerte de un escenario.




Estoy frente al antiguo Cine González de pie, inmóvil como la amada de Nervo. Estoy con las lágrimas contenidas mientras veo ante mis ojos una época calcinada. Las noticias informan que la madrugada de hoy viernes 19 de agosto un incendio consumió el interior del González, solo sobrevivieron las paredes del exterior.



Estoy ahí de frente a los pies de la estatua del Frente Nacional de Trabajadores. Los policías han puesto una cinta amarilla que rodea la cara principal del edificio. La rodea en un gesto que revive lo que le pasó al cine después del terremoto del 72. Y es que nuestra ciudad parece vivir constantemente en una ida y vuelta, en un ir y venir estremecido que se convierte en soplo sobre nuestras mentes. El 18 de agosto de 1945 La Nueva Prensa decía:



Un voraz incendio que inició en el depósito de películas del Teatro González, terminó con la valiosa documentación del Registro de la propiedad Inmueble, de los juzgados y casas adyacentes. (…) Hace poco el González había construido un cuarto más amplio y especial para almacén de películas cuyo costo puede calcularse en 200 dólares cada uno. Las pérdidas en el edificio del González, incluyen aparatos de cine, inmobiliarios, equipos de oficina, etc. Pueden estimarse en 600 mil córdobas.



Este incendio provoca que el antiguo González sea remodelado. El primero fue construido donde estuvo el mítico Hotel Lupone e inaugurado en 1934. La edificación mostraba ya una fachada moderna. Después del terremoto de 1931 Managua empieza a construirse con cemento armado y el Art Decó marca el lenguaje de la modernidad urbana. Esta foto nos traslada a la época del cinematógrafo Lumiere, Nos transporta a la ciudad post terremoto, al espacio urbano vacío. Al fondo la estructura de hierro de la catedral Santiago de Managua. Al frente los postes de luz eléctrica que devenían en innovación modernizantes para los transeúntes y los pájaros de la ciudad.



 



Después del incendio que calcinó este primer edificio fue reinaugurado en 1953 el Nuevo Cine González. Construido por la firma CARLAFISA (Cardenal Lacayo Fiallos, S.A.) y diseñado por Julio Cardenal, uno de los más grandes arquitectos nicaragüenses. La nueva edificación tenía aproximadamente 1500 butacas, platea y un balcón, más un amplio escenario que le otorgaba al edificio una ductilidad para ser sala de cine y salón de espectáculos. El decorado estuvo a cargo del maestro escultor Fernando Saravia y simbolizaban las bellas artes: la música, el ballet y el teatro. 

 






Antes de la inauguración del Teatro Nacional Rubén Darío en 1969 la sala del Cine Teatro González fue el escenario para espectáculos más cotizada del país. Digo escenarios para espectáculos porque después del terremoto de 1931 en Managua no había salas de teatro, sino, espacios arquitectónicos donde se podían presentar algunas escenificaciones.  Entre las puestas en escena llevadas a esta sala destacan Mujeres de Claire Booth dirigida por el maestro Alfredo Valesy,  obra con la que se funda el Teatro Experimental de Managua; Gladys Ramírez de Espinoza escribe:



Nuestro grupo necesitaba un director y Valesy necesitaba patrocinadores. Juntarnos fue buena idea. Valesy aceptó dirigir la obra Mujeres de Claire Booth, algo no muy fñacil, pues requería la actuación de 33 mujeres. Fue así como una noche de verdadera gala, y en el Teatro González de Managua, nació el “TEM”. La obra fue no sólo un éxito artístico, sino también económico.[1]



También destaca la puesta en escena de Antígona de Jean Anouilh en enero de 1967 por la Comedia Nacional de Nicaragua. Al respecto la maestra Socorro Bonilla Castellón apunta: “Para interpretar Antígona, nuestro elenco recibió un entrenamiento especial: luchamos por la grandiosidad de la obra y la llevamos al Teatro González, entonces la sala más cotizada del país”[2]. Estas dos puestas en escena son apenas una muestra de las representaciones teatrales que se llevaron a cabo en el escenario que hoy muere calcinado.



Pero no solo el teatro tuvo lugar en el González también los premios centroamericanos Monge de Oro, otorgados a lo más selecto de la prensa, radio y televisión. La música también estuvo presente en dicho escenario. Los managuas de aquella época seguramente recordarán el concierto de Raphael en 1968. Y sin contar las anécdotas de las matinés y las tandas nocturnas donde los novios se daban citas con las novias.



Después del terremoto de 1972 el centro de la ciudad queda cercado y en abandono. Pronto, en medio de los escombros, surgen nuevas dinámicas de relacionamiento entre los sujetos de la ciudad. El cine González en esta época comienza a proyectar películas porno para las parejas que se atrevían a transitar por el centro en ruinas. Emerge una ciudad en silencio que no es retratada por ninguna crónica, pues todos afirman que el centro quedó vacío. El espacio urbano medular es resignificado por trabajadoras sexuales, homosexuales, heterocuriosos y cualquier expresión de disidencia sexual que curveando las calles se entregaban en frenesí nocturno a los placeres de una noche. El González, entonces, fue habitado por sujetos porno en instantes de encuentros fugaces.



Luego en los años 80, con el advenimiento de la Revolución, hubo una borradura del accionar porno y se habilita la primera sala de la cinemateca nacional. El edificio dejó de funcionar como sala de cine hasta que en los años 90 fue comprado por una iglesia pentecostal que tuvo su sede ahí, hasta la madrugada de este viernes.



Estoy de pie frente al Cine Teatro González, en la intersección de la avenida Bolívar y la antigua calle Momotombo. Estoy de frente pensando en todas las voces que quedan silenciadas este día. El sol cae despacio sobre la ciudad. La noche abraza las huellas que se van convirtiendo en sombras. Mi sombra se proyecta sobre el edificio, el edificio ahora calcinando se proyecta sobre mi sombra. No delimito donde empiezo yo y donde empieza la sombra del González, una danza de muertos nos va abrazando hasta fundirnos eternamente en las lágrimas de esta ciudad.



[1] Ramírez de Espinoza, Gladys: Reseña histórica del Teatro Experimental Managua (TEM) en Boletín de bibliografía y documentación del Banco Central. Número 49, octubre de 1982. P.92
[2]Bonilla Castellón, Socorro: Reseña Histórica de la Comedia Nacional de Nicaragua en Boletín de bibliografía y documentación del Banco Central. Número 49, octubre de 1982. P.92