Soy David Rocha, tengo 26 años. Artista, negro y loca. Nací y crecí en la ciudad de Managua, vivo en esta ciudad y no quiero, ni pretendo moverme. Sin embargo, parece que el espacio urbano capitalino se va convirtiendo en una cárcel donde ser evidentemente homosexual es sancionado.
Anoche viví uno de los momentos de homofobia más humillantes de mis 26 años. Me dirigí al supermercado de Multi Centro las Américas, pues mi abuela me pidió que le comprara. Voy al baño antes de llegar a mi destino y un guardia de seguridad, que siempre merodea el lugar, me mira y me dice: ¡mira Chele yo siempre te veo en los baños dando vueltas, jalate no te quiero volver a ver aquí!- el tipo está evidentemente violentado, su cara enfurecida me mira fijamente, no viste uniforme negro con rayas amarillas, usa camisa estilo polo con el logo del centro comercial y un jeans. Usa un micrófono de solapa. Casi no tiene pelo, usa corte militar y tiene el cutis de la cara agujereado, lo que popularmente conocemos como “cara de piña”. Me paralizo en ese momento, cierro mi zíper y salgo del baño con miedo. El guardia sale antes que yo y se hace el disimulado al verme afuera como si el acto de violencia que ha sido ejecutado dentro nunca hubiera pasado. Apuro el paso, pues no quiero ser violentado físicamente, ni quiero ser perseguido por él. Llego al super, compro y salgo del centro comercial velozmente.
Indiscutiblemente el guardia me ha visto otras veces pues es el centro comercial que frecuento por varias razones: primero queda de camino a mi casa y me es más fácil comprar ahí, segundo mi banco ofrece un cajero automático en el que puedo depositar y lo utilizo pasada las seis de la tarde.
Estoy más que claro que muchos homosexuales femeninos, masculinos y de closet utilizan los baños públicos para encuentros sexuales. Esto no es una práctica moderna y tampoco exclusiva de nuestro país. Los baños públicos por ser espacios íntimos propician las expresiones de afecto y de deseo que en público la sociedad restringe, criminaliza y reprime. En Managua yo he sido testigo de acciones violentas por parte de los guardias de seguridad. Incluso este mismo hombre que a mí me humilló sacó una vez a una loca que le reventaron la nariz. Nariz reventada por un macho gay discreto, el discreto salió como si nada, pero la loca fue expulsada del centro comercial y le pidieron su número de cédula.
Es cierto que no vivimos como en los años 60 en los que la dictadura somocista utilizaba sus aparatos de control y saneamiento, léase Guardia Nacional y Policía, para capturar y encarcelar a los “invertidos sexuales”, “sodomitas”, “desviados”, “tipos de costumbres raras”. Es cierto que al menos los periódicos no nos sacan en primeras planas encarcelados, pelones y con sendos titulares que nos humillan y atentan contra nuestra integridad social. No obstante, los que somos evidentemente homosexuales afeminados seguimos siendo el blanco de la burla y la humillación ciudadana. Nuestra sociedad tiene internalizada una actitud misógina que pretende controlar todo aquello que es femenino, feminizado o feminizable. Digo sociedad, pues tanto en el ámbito heterosexual como en el homosexual es un patrón que se repite.
Hoy desde la ciudad, MI ciudad, yo acuso y denuncio estas acciones humillantes contra las personas que somos visiblemente homosexuales. Yo corrí con suerte de no ser violentado físicamente, no puse ninguna denuncia en la administración por miedo, tampoco pude tomar fotos o videos del tipo por miedo a ser golpeado. Sin embargo, la violencia simbólica ejercida a diario sobre nuestros cuerpos va convirtiendo a nuestra ciudad en una cárcel donde nos van lapidando diariamente, nos matan todos los días con insultos y humillaciones, nos matan simbólicamente por ser diferentes.