viernes, 10 de agosto de 2012

Las lluvias de Managua

Cuando llueve en Managua, las calles se inundan, el agua café resuena en los zapatos que tratan de escapar del toque húmedo, del beso entre el cuero y el agua. Algunos no usan zapatos y los pies arrugados se quedan inmóviles y en silencio frente a la mar de agua café.

Cuando llueve en Managua las paradas de buses se llenan y llenan de gente, juntan sus brazos, sus hombros, sus sexos y parece que los cuerpos se juntaran en una coreografía cósmica de pequeños rostros mojados.

Las gotas se deslizan por mi ventana y dibujan una silueta Art Decó, un edificio que apenas se sostiene, estoy pasando por el centro de Managua. Centro?, sí, el corazón olvidado de esta ciudad donde apenas fluye sangre perdida de alguna casa, de algún techo, de alguna pared.

Se ve grande e imperioso el edificio de Correos de Nicaragua, se ve como si fuera un fragmento de cielo caído, como si fuera una piedra hecha de mar. Piedra fija y dolorosa, piedra serena rodeada de olvido.

Miles de gotas pesadas resuenan como lluvia de piedras sobre la calle, resuenan sobre la acera de la ya inexistente avenida Roosevelt que aún logra sostener algunos trozos de su rostro. Solo le queda firme y atento el ojo, el monumento blanco al presidente Roosevelt que se yergue como colmillo infinito de elefante observando la ciudad desmoronada.


Hay algo de vacío en el espíritu de aquellos edificios y en cada vuelta de rueda aparece la grisura de una vida nunca vivida, del contraste entre alma y cuerpo. Porque una casa es mas que cuatro paredes y un techo.

La lluvia de Managua me muestra a las nuevas familias que habitan esas paredes remendadas. No hay adornos de navidad, pues la tierra se los tragó todos. Ah! la lluvia y las casas, que imprescindible relación de vida, que aire de respiro, que aliento, que paz.

Hay pasos silenciosos en las aceras, pues el centro es solo eso un punto muerto en la geografía de una ciudad extraña. Un centro como punto negro del que ya nadie se acuerda. Así se han borrado sus gentes, sus calles, sus ruídos.

Solo la lluvia de Managua logra borrar los recuerdos, borra hasta la luna. Ese soplo plateado de quién sabe que dios, queda reducido a nada mientras aparecen lentas las nubes negras dejando un rastro profundo en las heridas de esta ciudad.

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