lunes, 3 de septiembre de 2012

Segunda carta de amor


Cuando subo y bajo del bus no hago otra cosa que mirar la ciudad. He descubierto que en cada sitio hay un trozo de vos. Acaso será que estás en mí sin saberlo y que yo estoy en vos sin pensarlo?. El bus avanza en un rumbo que ya conozco, esta ciudad se ve llena de vos, esta ciudad que vos aún no conoces pero que es tan tuya como mi cuerpo.

Las rayas amarillas de la carretera parecen deslumbrar mis ojos, con una danza ágil de besos sin sentidos, las rayas amarillas solo han sido besadas por la llanta mustia y gastada de algún automóvil. Viven, se aman, sienten y en ese beso silencioso y rápido han podido descubrir los secretos del camino andado, secretos que solo se revelan al verdadero amor, al beso lleno de fe.

Esta ciudad muerta que solo conoce el precio del olvido, que sabe el precio de la memoria olvidada, me seduce con sus rotondas pues en ellas hay algo de tu abrazo. Hay algo de tu brazo fuerte de hombre apretándome cerca de tu pecho, como si en ese instante perdiera la vida abrazado a vos. Las rotondas se parecen a tu abrazo pues me cercan en giros y vueltas como pequeños animales redondos.

Pasamos un puente, dos y tres, y al pasar por ellos en mi ventana se dibuja tu axila, tu olor a madera resbalando por mi nariz. Esa axila donde cada noche cobraban vida mis sueños, mis ansias, mis miedos, axila donde nada importaba, donde la noche caía con su pesada carga.

No hay pasos lentos para este bus, no hay rostros nuevos para estas calles. Solo las luces de las aceras sobrepasan la oscuridad de los cauces. No hay brillo mayor que el que tienen tus ojos al verme, no hay brillo en mis ojos si yo no te veo, solo hay lunas azules y llenas, solo un ojo nocturno que viene a mí como consuelo para esta noche. Ojo que crece y queda prendido al cielo.

El viaje en el bus me hace pensar en el amor y en la fe. Amor y fe van unidos como tu cuerpo y esta ciudad, como besarle los pies a una estatua que nunca besará los nuestros, como cerrar los ojos y pensar en Dios sin tan siquiera conocer su rostro, como caminar juntos de la mano y dejarnos llevar por la brisa del mar que ya no es mío. El amor y esta ciudad, la fe y esta ciudad, tu cuerpo y esta ciudad. La maldita circunstancia de la ciudad por todas partes.

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