sábado, 15 de septiembre de 2012

Esperanza

Se encerró en su pequeño estudio y fue a su tocadiscos, tomó el de Debussy entre sus manos, beso con su nariz el olor a aquella música y empezó a escuchar la Petit Suite. Era la media noche. Se sentó en un sillón y lloró, sí, lloró. Aunque toda su vida fue catalogada como una mujer fuerte, ese día en la soledad de esa habitación pequeña lloraba. Con sus  ojos lluviosos recorría las fotos en la pared, pasaba la vista trémula sobre los marcos de aquellos instantes capturados por el pestañear de un lente. Miraba las fotos y no se reconocía, pues en se veía reflejada como una mujer con voluntad de hierro y en ese momento sentía que ya no tenía fuerzas.

Miró fijamente su foto de bodas y reconoció el edificio de Telecomunicaciones convertido en una pequeña maqueta de Versalles, convertido solo para ella, para que se sintiera feliz en su nueva tierra, para no sentirse como una Medea extraña. Debussy seguía impregnándose en todo el cuarto, se respiraba Debussy en las paredes y ella recordaba a sus cinco hijos corriendo por la hacienda El Porvenir, los recordaba felices y una sonrisa despertó en su labios. Al parecer el número cinco siempre estuvo presente en su vida y ella nunca se dio cuenta. Se caso un cinco de diciembre de 1950, tuvo cinco hijos y moriría a las cinco de la mañana.

Las fotos cercaban sus imponentes ojos, la cercaban como si existiera una historia entera enmarcada en la pared, en realidad era su historia desenvuelta en aquella pared. No se sentía bien, no respiraba bien, pero recordaba cuando puso la primer piedra del Teatro Nacional, donde bailaría el ballet Bolshoi solo para ella. Pensó en la Colonia Dambasch, pensó en el Hospital el Retiro, pensó… solo le quedaban fuerzas para eso, pensar. Tomó lápiz y papel, se sentó y escribió:

Queridos hijos:

He vivido mucho tiempo como una mujer feliz, como si la vida fuera simplemente un respiro que el tiempo nos regala. Nunca le tuve miedo a la muerte, pues la he tenido tan cerca, tantas y tantas veces que ya he aprendido a vivir con ella. Es como el amor del tuberculoso y el bacilo de Koch.

Cuando abandoné todo lo que una vez fue mío y me aventuré a la travesía de vivir en una patria nueva, siempre me acompañó la dicha del amor. Amé tanto a mi general que fui yo misma la que maté el amor hacia él.

Me aventuré a una patria donde no conocía a nadie, patria que solo había visto en fotos, de la que no conocía mucho aunque mis padres nacieron ahí. Hijos no teman al recuerdo y al peso de la historia de su padre, su padre que fue un tirano, fue el hombre que me amo durante mucho tiempo, el hombre con quién peleaba durante las noches de Flor de Caña y Champagne, su padre fue el hombre al que siempre acompañé hasta que sus errores terminaron demoliendo la moral que tenía.

Recuerden que amar es una virtud, que solo aquel que ama de verdad es capaz de conocer la verdadera fe. Solo el corazón que se entrega es capar de ser recibido por otro corazón. Así me recibieron todos aquellos que se acercaban a pedirme ayuda en la Junta Nacional de Asistencia y Prevención Social, me recibieron porque los amé.

Mi vida quedó repartida en aquella ciudad destrozada por el Richter 6.5 y en sus gentes, yo ví como se deslizaba hacia la laguna aquel Palacio enorme donde tantas veces besé a su padre, donde tantas veces fui llamada Madame, donde fui mas que primera dama, donde fui Reyna. Mi vida y mi amor quedaron sepultados en aquellos edificios desplomados, edificios que se doblaron junto a otros edificios como si estuvieran cansados de estar en pie...

La mujer respiró profundo, pues la música se había detenido, hubo un silencio grande como de ciudad herida, hubo un silencio como la voz de los muertos, hubo un silencio profundo como el amor que nunca vuelve. Repitió la música una y otra vez, puso sus manos sobre el papel y notó sus arrugas, sus pecas, sus uñas delineadas perfectamente, se dio cuenta que el maquillaje se la había corrido de tanto llorar, así se le iban desdibujando los recuerdos, sacó de su cartera pinturas y retocó su rostro, dio nuevamente forma a sus ojos imperiosos de mujer viva y respiró hondo antes de que llegara la muerte.

Se sentó en su sillón, encendió su lámpara favorita que tenía la silueta art decó de una mujer con los brazos hacia arriba en señal de libertad, ahí la mujer sostenía la lámpara como simulando un sol que brillaba solo para ella. Entonces recordó un verso y retomó su carta:

Hijos solo quiero que me recuerden cada vez que vean al sol, pues siempre estuvo presente en mí como una brillante sonrisa que me acompañó en mis días de grisura, pues no todo en mi vida fue felicidad. Pero hoy no les voy a hablar de eso, mas bien les diré algo que hice mío, que tomé de no sé que libro pero que me acompañó hasta esta noche: Miro siempre al sol que se va porque no sé qué algo mío se lleva.

Recuerden que mi beso llegará hasta ustedes deslizado en un rayo de sol.

De pronto sintió como si algo extraño recorría su cuerpo, algo que no reconocía como suyo pero sabía que estaba dentro de ella. Sonrió. Parecía que sus pulmones se desplomarían como aquella ciudad en aquella fatídica noche. Tomó nuevamente la hoja y la firmó, después sus manos se quedaron quietas sobre los brazos de aquel sofá, aún se escucha a Debussy besando una y otra vez aquella madrugada, eran ya las cinco de la mañana y ahí abrazada por su historia, por su música y por su amor, Hope Portocarrero cerró los ojos y la muerte le dio su abrazo.



1 comentario:

  1. wow....... que super, raramente encontramos a jovenes con este nivel de cultura, quiero felicitarte..... la partistes, ademas de que yo super admiro a esta dama.

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