Solo
es mío mi pan y mi almohada y sobre mi almohada y mi pan recogeré mi
amor disperso, roto entre cada punta de estrella, cansado de andar y
andar...
Dulce María Loynaz
Mi
martín Fierro escapado en el Skype, escapado de quién sabe qué libro
que ya nadie lee, escapado del llanto, de la guerra, del amor. Mi gaucho
argentino visto a través de la pantalla de mi computador, sin respiro,
sin caricias, sin nombres.
Aprieto
click y veo su rostro pixeleado, pequeños cuadros cibernéticos van
dibujando para mí un rostro humano, dibujan como en una coreografía con
cientos de cuerpos dispersos en un espacio.
Aparece
su rostro con sus ojos redondos donde la noche duerme, esas perlas
negras que destellan en silencio, que han visto a la muerte y que ya no
le temen. Luego se dibuja su piel de indio pintada con el naranja de los
atardeceres en los que nunca apreté su mano, y por último su boca, sí,
su boca...
Mi
Martín no tenía nada que esconder, pues la pampa y el hambre le habían
enseñado el valor de la verdad. A veces pensaba si realmente me amó,
pues nunca escuché su voz, ese sonido impredescible antecedido por el
gesto de sus labios, labios que nunca fueron míos pero en ellos descubrí
el aliento de lo lejano.
Quizás
me amó, no sé, porque nunca faltaron los links que me llevaban a
youtube para reproducir alguna canción que desconocía, canción en la que
su voz venía hasta mí como un aroma dulce de besos escondidos. Canción
contenida en el tiempo, canción solo para dos.
Mi gaucho sonreía y por cada sonrisa se encendía en mí una luz tenue que solo la noche podía apagar.
Si,
la noche. Esa mano impredescible vestida de negro, que va cociendo en
el cielo diminutos diamantes que no pudimos descubrir juntos. Ese
vestido azul oscuro, casi gris, extendido sobre nuestras cabezas que
solo tiene un espejo luminoso que no refleja nuestros besos. Aunque mi
gaucho era valiente, ni él ni yo pudimos vencer a la noche.
Click cerrar sesión. Click apagar el equipo. Ya no hay luz de computadora, ya no hay pixeles, ya no hay gaucho.
De
pronto una sombre espesa se desliza por las paredes de mi cuarto,
cuarto sin ruido y sin amante. Meto mi sábana entre mis brazos para
imaginar su axila sudorosa, con olor a pampa, llenado mi cama de luz,
pero no, no hay luz, ni sudor metido en el pecho como garra. Solo tengo
mi cama, mi oscuridad y sentir, que en la lejanía, él duerme a mi lado.
A una tecla se formarìa fierro. Naufragarìa sobre la pantalla y quedarse ahì. Porque no apagarìas el monitor. Verdad.
ResponderEliminarSaludos.
Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Jorge Luis Borges.
ResponderEliminar