Escribo hoy desde la tristeza y
la esperanza, desde la rabia y el amor, desde la decepción y la ilusión.
Escribo esta mañana de febrero desde un torbellino de sentimientos encontrados.
Escribo esta mañana de febrero desde el YO real y no desde el desdoblamiento
literario. Quizás este escrito público sea uno de los que más conflictos
internos me han traído y quizás me traiga otros externos.
He pensado que asumirme
abiertamente homosexual me ha traído muchos pro y muchos contra. No es fácil
plantearse una lucha política y asumirla desde la teoría y la práctica,
asumirla desde las ideas y el cuerpo. Las locas, cochones, afeminados, pájaros,
jotos, puñales, vivimos día a día diversas migraciones que nos hacen personas
con múltiples posibilidades de transitar. Devenires opinarán muchos,
migraciones prefiero llamarlo yo. Gracias a la lucha de las locas de ayer las
de hoy tenemos lugares más visibles en nuestras sociedades. Aquellos cochones
se agenciaron en el pasado espacios de luminosidad contra viento y marea. Hemos
empujado y encontrado escenarios desde donde enunciar nuestros discursos que a
veces incomodan, aunque siguen habiendo muchas que se acomodan al poder.
Anoche mientras revisaba mi
Facebook encontré que una de mis tías más amadas compartía la noticia donde
Donald Trump firmaba una orden que quitaba recursos económicos a la lucha LGBT
en EEUU. De pronto, quizás sin razón, sentía que algo dentro se rompía. No solo
por la acción de Trump sino por el gesto de que esa familiar compartiera esa
noticia con orgullo y proclamando el nombre de Dios, su Dios. En ese momento
hice un flashback y pensé en la relación con ella, nuestras conversaciones
sobre salud sexual, sus confesiones más tristes que giraban en torno a sus
soledades y mi apoyo a su decisión de rehacer su vida junto a un hombre que
apenas conocía. Mi apoyo a su derecho a ser feliz mientras toda la familia la
condenó.
En ese momento pensé en las
dicotomías familiares de saberme y ser afeminado en el seno familiar desde
niño. Los silencios de mi madre, los intentos de mi tío por meterme a alguna
actividad física como boxeo o defensa personal, los comentarios de hacerme una
cura de sueño, la infinita preocupación de mi abuela cada vez que en la
televisión aparece un caso de asesinato hacia algún homosexual, su preocupación
porque yo regrese a la casa vivo y su insistencia porque yo lo disimule para
evitar la burla de la gente. También pienso en la maestra que una vez se bajó
de mi recorrido, me acompañó hasta mi casa y habló con mi madre, le decía que
yo tenía problemas, que era cochoncito y que eso no era correcto, que me
buscara un psicólogo.
Expongo todo esto y pienso que no
me ha ido tan mal, al menos nunca en mi casa llegaron a la violencia física
para “curarme”. Y expongo esto no para victimizarme más bien lo digo porque el
feminismo me ha enseñado que lo que no se nombra no existe. El teatro y el arte
de la palabra también me han demostrado esto. Escribir desde el dolor y la
decepción es algo recurrente en nosotras las locas y no es para dar lástima,
sino que necesitamos enunciar estos discursos que pesan sobre nosotros. En mi
caso algunos gestos familiares me duelen rotundamente, pues uno busca en esa
familia, en ese círculo humano que lo ve nacer y crecer el apoyo primigenio.
Quizás ese instinto animal de recurrir a la manada lo hace volver a la familia.
Y es duro, difícil, desaprender y darse cuenta que con ciertos gestos esa
manada te obliga a migrar.
Las locas migran, migramos
siempre. De género, de performatividad, de enunciados, de país, de ideas,
quizás esto nos convierta en seres más humanos pues a todxs en nuestras vidas
nos ha tocado irnos y buscar otros espacios. Cuando una migra de la familia
carnal, sanguínea, genética, encuentra otras posibilidades de abrazos, de
gestos afectivos. Encuentra la posibilidad de compartir con otros seres
humanos. Para nosotras las locas, cochones, pájaros, putos, jotos, puñales,
maricones la familia afectiva es, casi siempre, más importante. En esos rostros
y esas pieles unx va encontrando ese alguien con quien dialogar, con quien cargar
la mochila para hacerla menos pesada, con quien transitar caminos, ideales,
aspiraciones y también frustraciones.
Desde que tomé conciencia y me
interesé en convertir mi postura abiertamente homosexual en una lucha política
donde pongo día a día las ideas y el cuerpo he encontrado un sinnúmero de
personas que están conmigo en este camino. Nombrarlas sería tedioso y quizás
extenso. Sin embargo, creo que a pesar de las soledades múltiples que a unx lo
acogen siempre hay gente con quien compartir la vida. Esa gente, ese gueto, ese
mundo, me lo he construido a cada paso, en cada momento de debilidad o de
fortaleza.
El barrio y mis amigas de
adolescencia fueron las primeras personas con quienes hice manada. En esos
escapes y conversaciones, en esas salidas, en esos consejos que a la distancia
pueden parecer cursis pero que en aquel presente fueron importantes en extremo.
Después el colegio y el descubrimiento de un mundo marginal, donde los más
machos del aula me protegían a cambio de que les explicara las clases o que les
ayudara en las tareas. Mis amigas fuertes de la secundaria que guardaron mis
secretos, mis primeros amores, “nuestra primera vez”.
Luego el mundo del teatro y la
agrupación que me acogió hace ya diez largos años. Ese grupo que ha resultado
mi mayor apoyo en los últimos años. Gente con la que comparto el día a día, el
amor, las tristezas, los momentos tensos y los de rélax. Gente que se ha
convertido en ese otro núcleo afectivo que viene a ser padre, madre, hermanxs.
Después la academia. Recuerdo con tanto cariño las veces que en mi estadía en
Cuba, el director de la carrera y mi maestro me decía: Davicito cuídate que la calle
está mala.- En esa Cuba de ideales múltiples también se abrió mi sentido
político y de lucha. Aprendí tanto de la parametración, de las tristezas, de
los testimonios de aquellos que me abrían las puertas de sus casas, de sus
oficinas, de sus tabloncillos de ensayos para contarme sus historias, para
demostrarme que desde el arte había un mundo posible donde uno se podía
enunciar de diversas formas. Y claro, mi
familia cubana. El padre que me decía que yo era el hijo decorador de
interiores que la vida le había negado. La madre que siempre estuvo pendiente
de mi salud, del hambre que podía o no tener. La hermana que me protegía con
sus muertos y con toda la fuerza de la isla que le corre por las venas.
Por supuesto no puedo dejar de
mencionar al amor. Esos hombres que me han acompañado y me han enseñado tanto.
Personas que directa o indirectamente han dejado huellas en mi vida. Y también
las hemanas y hermanos de las luchas nuestras de cada día.
Así las locas nos vamos
construyendo un mapa subjetivo que no está alejado de la realidad de muchos
otros humanos subalternos. Pero quizás este itinerario afectivo importe mucho
más en nuestras vidas. Quizás si la gente entendiera que no utilizamos el culo
solo para dar o recibir placer, quizás si la gente entendiera que también cagamos
podríamos dialogar de eso que nos hace iguales.
“Uno no tiene necesidad de decir
cosas tristes, uno tiene dolor de decirlas” como versa un poema de mi amigo
cubano Fabián Suárez. Pero esas tristezas a uno le van acomodando la vida y
asume con mayor esfuerzo y reto la lucha política que significa ser loca,
cochón, puto, joto, marica, pájaro. Escribo hoy desde la tristeza y la
esperanza, desde la rabia y el amor, desde la decepción y la ilusión. Escribo
esta mañana de febrero desde el YO real y no desde el desdoblamiento literario.
Escribo esta mañana por la necesidad de vivir.
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