Pensar el
mundo musical de América Latina es pensar en las mezclas culturales. De ellas
surgen ritmos que se nos fueron metiendo en el cuerpo como parte indisoluble de
nuestra genética. A finales de los años 40 surge con fuerza en América
Latina uno de los géneros musicales más importantes del mundo: el mambo. Cuba
es el lugar de origen y México el espacio desde donde irradia.
Este
ritmo hacía movernos como si tuviéramos el diablo en el cuerpo. Los jóvenes de
los años 50 con el cabello engominado bailaban al ritmo de la orquesta inmortal
del maestro Pérez Prado, cubano radicado en México que llevaría a otros niveles
estilísticos el tejido musical de aquellos sonidos con origen
afrodescendiente.
El
mambo nos volvía locas y en la pista de baile dábamos rienda suelta a nuestros
instintos mucho antes de descubrir el rock and roll. El mambo nos volvía locas
y en Managua los casinos empezaban a llenarse con aquella música eufórica
orquestada con trompetas, pianos, flautas y congas. El mambo nos volvía locas.
En el
Casino Copacabana, mejor conocido como el “Casino de la Playa”, un show de
bailarinas cubanas hacía retumbar el edificio construido sobre el lago
Xolotlán. Aquel suceso marcó la historia de nuestra geografía capitalina, pues
se anunciaba como suceso atractivo ante los ojos poblanos de los capitalinos. Las
locas en “El pez que fuma” movíamos las caderas como si no hubiera un mañana,
el espacio underground de Managua también se contagiaba: ¡mmmmaaaaaaammmmmmmbbbbboooooo!
¡Ju!
El Casino
Olímpico, El Versalles y el Monte Carlo también seducían a la clientela con el “uno,
dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho…” y al unísono todo parecía
detenerse y en la pista de baile, con el diablo metido en el cuerpo, hombres y
mujeres se estremecían. Y el cine exhibía las películas del “cine de oro
mexicano” en las que había una escena obligatoria que mostraba las curvas
cabareteras del mundo nocturno de la ciudad moderna. Los Managuas se dejaban
llevar por el encanto modernizante de las películas blanco y negro.
La ciudad
de León no se quedaba atrás. El virus del mambo hacia desempolvar su aire
liberal decimonónico. La noche del 21 de septiembre de 1956 la Casa del Obrero de
aquella ciudad daría inicio la campaña presidencial de Anastasio Somoza García.
La convención del Partido Liberal Nacionalista lo elegiría como candidato a
presidente. Aquella fiesta era amenizada por la Occidental Jazz que escogió una
lista de mambos para que “El Hombre” se luciera en la pista.
Unas
horas antes Pascual Rigoberto López Pérez se despedía de su amante Rafael
Corrales. Imaginémoslos dándose un último abrazo secreto, un abrazo que nadie
podía conocer pues en aquella época ser homosexual en Nicaragua era sinónimo de
crimen. Pensemos a Rigoberto besando a su amante, el último beso que le daría
al dueño del diario “El Cronista” y protegido de la familia Debayle Sacasa.
Pensemos a Corrales agobiado por un presentimiento mortal, con la garganta
anudada, con las manos frías como sabiendo que la muerte se llevaría a su
poeta.
“Camisa
clara, pantalón oscuro: maricón seguro” versa un dicho popular.
Así
vestía Rigoberto aquella noche en que se había reunido lo más selecto del
liberalismo leonés en la Casa del Obrero. Como con el diablo metido en el
cuerpo el joven poeta se movía en medio de los invitados. Con una serenidad
sepulcral, un silencio profundo que lo caracterizaba, la mirada puesta en el
futuro pero sabiendo que esa noche besaría a la muerte.
El Hombre
saltó de la silla y habló a la orquesta: ¡Muchachos tóquense un mambo!- la
Occidental Jazz sonó las tumbadoras, de pronto la frase “caballo negro, caballo
negro” era repetida una y otra vez, las trompetas se sumaron a la eclosión del
sonido. El mambo nos volvía locas y El Hombre Fuerte no era la excepción,
acompañado de la novia de la Casa del Obrero movía las piernas mientras la
orquesta decía “caballo negro tú tienes la cola blanca, tú tienes la cola, cola”.
El General bailaba su último mambo, mientras Corrales hablaba con algún
asistente y el poeta trataba de pasar desapercibido en la multitud.
Una vez
sentado el futuro candidato del Partido Liberal Nacionalista recibía saludos y
buenos deseos de los invitados. La música parecía volver locos a todos los
asistentes, eran las nueve de la noche y Rigoberto se acercó a la mesa con su
camisa clara y su pantalón oscuro, se agachó y detonó su arma que escupía todo
el odio de un cuerpo criminalizado sobre la gordura fétida de Somoza. Cinco
balas número 74605 se introdujeron en el dictador nicaragüense mientras un
agente de la Guardia Nacional le daba un culatazo al poeta, mientras Corrales
dejaba caer su vaso sobre el suelo ante aquel suceso. 54 balazos desfiguraron
el cuerpo de Rigoberto. Otros muchachos que formaban parte del complot fueron
detenidos.
El
cadáver fue llevado a la estación de la Guardia y se llamó a Corrales para que
reconociera el cuerpo sin vida del poeta López Pérez. El llanto incontenible y
el secreto a voces de su romance provocaron el encarcelamiento del dueño de “El
Cronista”. Un tiempo después moriría en la cárcel a causa de las torturas anales
que los G.N le harían. Sin dudas el mambo nos volvía locas y en esa locura frenética
construimos nuestra propia revolución dando la vida con el diablo metido en el
cuerpo. Los homosexuales fuimos capaces de matar dictadores mientras el mambo
nos volvía locas.
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